¡O paramos o nos para el planeta! Manolo García

Manolo García: «Os comparto este texto que escribí para el programa “El escarabajo verde” cuando me entregaron el premio a la Personalidad artística destacada en la labor en favor del medioambiente.
Lo publico en esta página porque pienso que lo podría haber escrito perfectamente pensando en vosotros porque se que compartimos algunas ideas, percepciones y sentimientos.
¡¡¡Un abrazo sincero y salud para todos!!!»

O paramos o nos para el planeta. O ralentizamos o nos ralentiza el planeta. Estamos entrando en un punto preocupante en tema medioambiental que todo el mundo conoce pero que parece no importar a nadie.

¿De qué sentimiento negro nos ha imbuido algún dios ebrio para que a solo unos pocos les importe el futuro de sus hijos y de los hijos de sus hijos?
Al resto, empezando por la punta de la pirámide (macroeconomía, grandes empresarios, cuerpo político
mundial, etc.), ¿les da completamente igual, inmersos en un espiral demencial en pos del poder y del
dinero?

¿Tendremos que admitir que solo somos monos locos?
Acaso esta élite mundial cree que en medio de una hipotética gran debacle podrían escapar en naves
espaciales a rincones paradisiacos de alguna galaxia lejana que solo ellos conocen.
El crecimiento indefinido no es posible. No existe. Es una falacia. El árbol, crece en busca de lluvia y sol
hasta un límite lógico. Él no razona, pero nunca crece más de lo conveniente. De no ser así, se troncharía.
Además, sus raíces son generalmente fuertes y bien asentadas.

¿Son las raíces de nuestras sociedades fuertes y bien entrelazadas? Obviamente no. Lo cual significa que la pirámide al completo es endeble tras una aparente fachada (falsa) de solidez.
Ya que actualmente vivimos y actuamos en un planeta global, con una demografía en constante aumento
y una inclinación natural al despilfarro y a la acumulación de bienes materiales, muchísimos de los cuales
no necesitamos y que en realidad nos esclavizan, habría que revisar y poner freno a lo dañino de nuestra
manera de actuar.

La mesura y la frugalidad, la vida calma, brillan por su ausencia justo en el momento que el llamado progreso nos daría, si supiéramos gestionar los recursos de manera adecuada, posibilidades de encontrar un equilibrio entre lo esencial y lo superfluo, entre resolver las necesidades básicas de todos y conservar el planeta en un estado suficientemente bueno y saneado como para legarlo con orgullo a las generaciones venideras. A las que ya están aquí.

La base de la pirámide funcionamos con la lengua fuera al servicio de una minoría que está muy
probablemente más perdida y confundida en sus torres de oro que el resto.
Somos como una gran manada de búfalos en la que los búfalos que dirigen la estampida (porque esto
empieza a aparecerse a una estampida) nos indican que vamos hacia unas praderas fértiles donde habrá
comida para todos cuando, en realidad, las quieren para su uso exclusivo, dirigiéndonos en cambio hacia el precipicio y, a pesar de ir delante, creen que ellos no caerán.
Ante la obviedad de un cambio climático causado claramente por la intervención humana y respecto al cual el cuerpo científico mundial nos alerta de que si no se toman medidas urgentes, radicales y globales habrá consecuencias no deseadas para todos, sería importante el milagro, la concienciación absoluta de toda la pirámide. No seamos catastrofistas. Con el miedo o la angustia no se avanza, pero actuemos y empecemos a caminar por la senda correcta que solo es una para todos. Cambiar el rumbo de nuestra manada, calmarnos, parar la estampida, reflexionar, no permitir que nos engañen más. Soluciones, no al orden del dinero o de los intereses políticos, si no de la vida para todos los seres vivos. Como sabemos, todos vamos en el mismo barco, solo tenemos una casa y si la destrozamos no habrá otra.

Cada centímetro cuadrado que se asfalta, cada paisaje que se perturba, que se malbarata alocadamente
hace que se agriete un poco más el alma del mundo. Somos naturaleza. Naturaleza animal.
Una nueva manera de vivir, un orden más sosegado y de actuación vital moderada y en áreas mucho más
pequeñas y autosuficientes que un planeta entero.
¿A quién le interesa la globalidad?
¿Utopía? Sí, pero necesaria.

Doy las gracias sinceras a los que me han creído merecedor de este premio y lo dedico con cariño fraterno a las personas que luchan en el bando de la ecología. Con el corazón. Sin violencia, pero con firmeza y brío.

P.D.: Permitidme que os comparta también la carta del Jefe Seattle, en contestación a la petición de compra que le hizo el Gran Jefe Blanco de Washington, por los territorios del noroeste de los Estados Unidos que hoy forman el Estado de Washington.

Seguro que muchos de vosotros ya la conocéis, pero es mi amigo desde 1854 y quiero recordárosla, o a los que no la hayáis leído, haceros sabedores de ella.

Mi amiguete los tenía bien puestos y además su instinto animal y su clarividencia le dignificaban en una
medida inmensa.

Es mi amiguete y seguro que sabe que nosotros somos muy majos.
¡Agur!


Carta del Jefe Seattle al presidente de los Estados Unidos

Jefe Seattle
Nota

El presidente de los Estados Unidos, Franklin Pierce, envía en 1854 una oferta al jefe Seattle, de la tribu
Suwamish, para comprarle los territorios del noroeste de los Estados Unidos que hoy forman el Estado de
Washington. A cambio, promete crear una “reservación” para el pueblo indígena. El jefe Seattle responde
en 1855.
El Gran Jefe Blanco de Washington ha ordenado hacernos saber que nos quiere comprar las tierras. El Gran Jefe Blanco nos ha enviado también palabras de amistad y de buena voluntad. Mucho apreciamos esta gentileza, porque sabemos que poca falta le hace nuestra amistad. Vamos a considerar su oferta pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco podrá venir con sus armas de fuego a tomar nuestras tierras.
El Gran Jefe Blanco de Washington podrá confiar en la palabra del jefe Seattle con la misma certeza que
espera el retorno de las estaciones. Como las estrellas inmutables son mis palabras.
¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esa es para nosotros una idea extraña.
Si nadie puede poseer la frescura del viento ni el fulgor del agua, ¿cómo es posible que usted se proponga comprarlos?
Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo. Cada rama brillante de un pino, cada puñado de
arena de las playas, la penumbra de la densa selva, cada rayo de luz y el zumbar de los insectos son sagrados en la memoria y vida de mi pueblo. La savia que recorre el cuerpo de los árboles lleva consigo la historia del piel roja.
Los muertos del hombre blanco olvidan su tierra de origen cuando van a caminar entre las estrellas.
Nuestros muertos jamás se olvidan de esta bella tierra, pues ella es la madre del hombre piel roja. Somos
parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el ciervo, el
caballo, el gran águila, son nuestros hermanos. Los picos rocosos, los surcos húmedos de las campiñas, el
calor del cuerpo del potro y el hombre, todos pertenecen a la misma familia.
Por esto, cuando el Gran Jefe Blanco en Washington manda decir que desea comprar nuestra tierra, pide
mucho de nosotros. El Gran Jefe Blanco dice que nos reservará un lugar donde podamos vivir satisfechos.
Él será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos. Por lo tanto, nosotros vamos a considerar su oferta de
comprar nuestra tierra. Pero eso no será fácil. Esta tierra es sagrada para nosotros. Esta agua brillante que
se escurre por los riachuelos y corre por los ríos no es apenas agua, sino la sangre de nuestros antepasados.
Si les vendemos la tierra, ustedes deberán recordar que ella es sagrada, y deberán enseñar a sus niños que ella es sagrada y que cada reflejo sobre las aguas limpias de los lagos habla de acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo de los ríos es la voz de mis antepasados.
Los ríos son nuestros hermanos, sacian nuestra sed. Los ríos cargan nuestras canoas y alimentan a nuestros niños. Si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben recordar y enseñar a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos, y los suyos también. Por lo tanto, ustedes deberán dar a los ríos la bondad que le
dedicarían a cualquier hermano.
Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestras costumbres. Para él una porción de tierra tiene el
mismo significado que cualquier otra, pues es un forastero que llega en la noche y extrae de la tierra aquello que necesita. La tierra no es su hermana sino su enemiga, y cuando ya la conquistó, prosigue su camino.
Deja atrás las tumbas de sus antepasados y no se preocupa. Roba de la tierra aquello que sería de sus hijos y no le importa.
La sepultura de su padre y los derechos de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, a la tierra, a su hermano y al cielo como cosas que puedan ser compradas, saqueadas, vendidas como carneros o adornos coloridos.
Su apetito devorará la tierra, dejando atrás solamente un desierto.
Yo no entiendo, nuestras costumbres son diferentes de las suyas. Tal vez sea porque soy un salvaje y no
comprendo.
No hay un lugar quieto en las ciudades del hombre blanco. Ningún lugar donde se pueda oír el florecer de las hojas en la primavera o el batir las alas de un insecto. Más tal vez sea porque soy un hombre salvaje y no comprendo. El ruido parece solamente insultar los oídos.
¿Qué resta de la vida si un hombre no puede oír el llorar solitario de un ave o el croar nocturno de las ranas alrededor de un lago? Yo soy un hombre piel roja y no comprendo. El indio prefiere el suave murmullo del viento encrespando la superficie del lago, y el propio viento, limpio por una lluvia diurna o perfumado por los pinos.
El aire es de mucho valor para el hombre piel roja, pues todas las cosas comparten el mismo aire -el animal, el árbol, el hombre- todos comparten el mismo soplo. Parece que el hombre blanco no siente el aire que respira. Como una persona agonizante, es insensible al mal olor. Pero si vendemos nuestra tierra al hombre blanco, él debe recordar que el aire es valioso para nosotros, que el aire comparte su espíritu con la vida que mantiene. El viento que dio a nuestros abuelos su primer respiro, también recibió su último suspiro. Si les vendemos nuestra tierra, ustedes deben mantenerla intacta y sagrada, como un lugar donde hasta el mismo hombre blanco pueda saborear el viento azucarado por las flores de los prados.
Por lo tanto, vamos a meditar sobre la oferta de comprar nuestra tierra. Si decidimos aceptar, impondré
una condición: el hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos.
Soy un hombre salvaje y no comprendo ninguna otra forma de actuar. Vi un millar de búfalos pudriéndose en la planicie, abandonados por el hombre blanco que los abatió desde un tren al pasar. Yo soy un hombre salvaje y no comprendo cómo es que el caballo humeante de hierro puede ser más importante que el búfalo, que nosotros sacrificamos solamente para sobrevivir.
¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales se fuesen, el hombre moriría de una gran soledad de espíritu, pues lo que ocurra con los animales en breve ocurrirá a los hombres. Hay una unión en todo.
Ustedes deben enseñar a sus niños que el suelo bajo sus pies es la ceniza de sus abuelos. Para que respeten la tierra, digan a sus hijos que ella fue enriquecida con las vidas de nuestro pueblo. Enseñen a sus niños lo que enseñamos a los nuestros, que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra, les ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, están escupiendo en sí mismos.
Esto es lo que sabemos: la tierra no pertenece al hombre; es el hombre el que pertenece a la tierra. Esto es lo que sabemos: todas las cosas están relacionadas como la sangre que une una familia. Hay una unión en todo.
Lo que ocurra con la tierra recaerá sobre los hijos de la tierra. El hombre no tejió el tejido de la vida; él es
simplemente uno de sus hilos. Todo lo que hiciere al tejido, lo hará a sí mismo.
Incluso el hombre blanco, cuyo Dios camina y habla como él, de amigo a amigo, no puede estar exento del destino común. Es posible que seamos hermanos, a pesar de todo. Veremos. De una cosa estamos seguros que el hombre blanco llegará a descubrir algún día: nuestro Dios es el mismo Dios.
Ustedes podrán pensar que lo poseen, como desean poseer nuestra tierra; pero no es posible, Él es el Dios del hombre, y su compasión es igual para el hombre piel roja como para el hombre piel blanca.
La tierra es preciosa, y despreciarla es despreciar a su creador. Los blancos también pasarán; tal vez más
rápido que todas las otras tribus. Contaminen sus camas y una noche serán sofocados por sus propios
desechos.
Cuando nos despojen de esta tierra, ustedes brillarán intensamente iluminados por la fuerza del Dios que
los trajo a estas tierras y por alguna razón especial les dio el dominio sobre la tierra y sobre el hombre piel roja.
Este destino es un misterio para nosotros, pues no comprendemos el que los búfalos sean exterminados,
los caballos bravíos sean todos domados, los rincones secretos del bosque denso sean impregnados del
olor de muchos hombres y la visión de las montañas obstruida por hilos de hablar.
¿Qué ha sucedido con el bosque espeso? Desapareció.
¿Qué ha sucedido con el águila? Desapareció.
La vida ha terminado. Ahora empieza la supervivencia.
FIN