Lo primero: Sorprendió gratamente encontrarse el pasado sábado con un auditorio hasta los topes en unos tiempos en que empiezan a ser usuales las cancelaciones por escasa venta de entradas. Máxime cuando Manolo García hacía solo siete meses que había actuado en el palacio de Congresos de Valencia y las entradas tampoco es que fueran un regalo (32 euros). Una demostración más de que es uno de los valores seguros en España, con un público fiel que incluso identificó alguna canción de la etapa anterior a El último de la fila.
Una salvedad. El lleno total en el auditorio fue tan rotundo que se hacía difícil ver al cantante „la arquitectura del espacio no ayudaba tampoco, al estar el escenario en la parte más baja del recinto„, lo que llevó a algunos a encaramarse a los muros laterales o donde pudo. Quizá el aforo establecido fue superior al necesario para garantizar unas condiciones mínimas de visibilidad y disfrute de un espectáculo de pago. A tener en cuenta.
El concierto. Potente, supereléctrico, rockero. ¿Quién dijo que Manolo García tenía hace unas semanas una lumbalgía que le obligó a suspender? No paró de moverse. La americana (negra) le aguantó tres canciones. Y la noche no era precisamente calurosa y el concierto era al aire libre, aunque un techo móvil cubría el recinto. «Gracias por seguir» decía una pancarta del público. «Gracias por la paciencia, porque teníais entradas para otro día» fue el inicio de un concierto para sudar, en el que quien fue la mitad de El último de la fila mostró también su lado comprometido. «Buena noticia: Obama dice que va a subir los impuestos a los ricos. Aleluya, hermanos», dijo. Se acordó también de los afectados por los desahucios, las víctimas de enfermedades raras y propuso una aclamada solución al paro juvenil: que nos jubilen a los 60. Lo hizo antes del himno de la casa, en la primera propina: Insurrección, al que siguió otro clásico cantado por el público, Pájaros de barro. Antes el personal había podido ensayar la apoteosis con una guitarrera y cañera versión de Somos levedad. Al final, las esencias: siete músicos en primera línea del escenario en acústico con instrumentos de la otra orilla del Mediterráneo y la garganta flamenca de Manolo. Y de guinda, un corrido del otro lado del Atlántico aliñado con la broma de La bamba. Una fiesta.
Fuente: Levante-EMV – ALFONS GARCIA – ENLACE – Fotos: Galería Ayuntamiento Burjassot