El consumismo, la tecnología, la clase política, el cambio climático, el vértigo de los tiempos… En su vehemente discurso deja recados para todos. Pero también, por supuesto, hay lugar para la música. El sábado actúa en A Coruña
Hombre discreto y austero en su vida privada, Manolo García (Barcelona, 1955) se revuelve virulento en su discurso ante el devenir de los tiempos. Comprometido, que no activista, vomita inapelables sentencias con un candor que te desarma. Ajeno al dogma y desprovisto de urgencias, se aferra a la música y al arte como personal tabla de salvación. Con generosidad abrumadora. Tres horas durará el concierto que el sábado ofrecerá en el Coliseum de A Coruña, en el marco de su gira Cero emisiones.
—La semana pasada decidiste aplazar el que tenías previsto en Tarragona.
—Sí, en cuanto empecé a ver la magnitud del desastre, llamé a mi oficina y dije que había que aplazarlo. También he aplazado para enero el que tenía previsto en Valencia. Dudé mucho si aplazarlo o suspenderlo, porque entiendo que esa gente no está para fiestas. Pero al final he decidido ir y hacerlo solidario -no me gusta la palabra benéfico- para darles un abrazo y porque creo que la música ejerce como alivio de tensión.
—¿El cambio climático sigue siendo «la madre de todas las batallas»?
—Hoy, la vida de todos está orientada a contaminar. Nos hemos olvidado de vivir al ritmo de las estaciones, de vivir de la tierra y del ganado, ser autosuficientes… En esta sociedad orquestada por parte de unos poderes equis, que ya me da igual quienes sean, lo importante es tener al rebaño atemorizado y quieto parado. Servimos para pagar, para cumplir, vete aquí, vete allí, pasa la ITV, Hacienda somos todos… Todo está muy bien organizado para consumir y para fabricar cacharros, la mayoría de los cuales no sirven para nada. Es decir, para contaminar. Luego, hay otro factor importante añadido al problema: la demografía. Vamos a toda máquina hacia los diez mil millones. Y la mayoría de esos diez mil millones no nos conformamos con comer y tener un cobijo. Pretendemos tener una televisión lo más grande posible, un chalet en la playa, dos coches… Esa es la inercia de la sociedad. Y a ver, yo no soy científico, pero el animal que soy me dice «estamos yendo hacia el precipicio». Y vamos muy deprisa y montados en una máquina inmisericorde, que no tiene compasión de nada ni de nadie.
—¿Hay lugar para la esperanza?
—La hay, pero habría que empezar a actuar ya. Y no es fácil, porque llevamos una locomotora delante y otra detrás que nos van empujando. «Venga, venga, venga!».
—¿Es el consumismo el nuevo opio del pueblo?
—Claro. Y como cabeza de cartel, los chirimbolos electrónicos: los móviles, los ordenadores, los videojuegos… Es una esclavitud. Hay un atontolinamiento general y mucha gente enferma, con unos grados de adicción muy preocupantes. Y mientras, el mundo no va a mejor. Va a peor. También es cierto que si te preguntas si alguna vez el mundo no ha sido así, la respuesta es «no». Es la esencia humana. La historia de la humanidad está basada en el sometimiento al otro.
—«Soy escéptico pero no dejo de pedalear», has dicho. Si te resignas o te vuelves cobarde, ¿estás perdido?
—No solo eso, sino que la vida pierde el sentido. Estamos aquí para dar lo mejor de nosotros. La misión que tenemos en la vida es abrazar al vecino. Pero no porque haya una dana, sino en el día a día. Alejar el rasgo de maldad que haya en ti, que lo hay en todos, porque todos tenemos esa mezcla de Caín y Abel, y luchar por que la sombra no invada la luz. A lo mejor te parecen teorías muy pueriles, pero yo las práctico.
—Y el ego, ¿dónde lo dejas?
—Vivimos en una sociedad donde prima y se ha potenciado el «yo, mi, me, conmigo». Tú te lo mereces, tú lo vales… ¿Perdona? Tú solo no vales nada. Te mueres de asco. Para cazar el mamut tenías que buscar al que hace las lanzas, al que hace el agujero para que caiga, al que sabe despellejarlo, al que sabe carnearlo para hacer los filetes… Tienes que hacer equipo. Tú solo no te comes ni un rosco. Los seres humanos somos tribales. El problema es que ahora somos una tribu inmensa y mal organizada.
—¿Cuál es tu mayor acto de rebeldía?
—No lo puedo contar porque me llevan a la cárcel [se ríe]. Yo soy anti muchas cosas y un friqui mundial. Yo me voy al monte con un tirachinas, coloco unos botes en una valla y me pongo a tirarles piedras un rato. Tengo mi yoga personal porque no me complace ni me convence este sistema. Da la sensación de que los dioses, pobrecillos, de unas religiones o de otras, están de vacaciones o se han ido a la discoteca a tomar unas copas. Y han mandado a otro que se llama dinero. Y este es un cabrón. Este sí que no tiene compasión de nadie.
Mis actos de rebeldía son los pequeños placeres de la vida cotidiana, que además suelen ser gratuitos: echar una partida al dominó con los amigos en el bar de la esquina, dar un paseo, ir al monte o darme un baño en el mar.
—Se suele decir que con la edad te vuelves más conservador, pero a ti te veo más punki que nunca.
—Punki, no. Intento echar mano del sentido común. De acuerdo, estamos en una sociedad neoliberal y capitalista y hay unas personas arriba, en la punta de la pirámide, que están forradísimas. Vale, con su pan se lo coman. Que sean muy felices con sus chalés y sus yates. Pero que la base de la pirámide tenga un techo, qué comer, qué vestir y respire. Ahora, ¿cómo que hay un millón y medio de personas cada día en España yendo a comedores sociales? ¿Qué hacéis con el dinero de todos?
—Dices en «Laberinto de sueños» que cada día te pareces más a ti mismo y que eso no te conviene.
—[Se ríe] Bueno, esa es una frase retórico-surrealista-manolera.
—A mí me da la sensación de que algo de verdad también hay en ella.
—Bueno, sí, algo hay. Evidentemente, yo soy consciente de mis errores y de mis fallos, y siempre estoy intentando mejorar. Intento a veces no parecerme demasiado a mí mismo y divertirme un poco y darme otros alientos nuevos.
—Oye, que no estamos hablando nada de música.
—Es que yo con estos temas me enredo y me pierdo (se ríe)
—Has publicado un disco doble con 27 canciones, tus conciertos duran 3 horas… Menos mal que después del achuchón te recomendaron que fueses despacio.
—Hay que aprovechar la vida. Y la forma que yo he aprendido a hacerlo es con la música, el arte y la cultura. Entonces, claro que aprieto el acelerador, porque cada vez nos queda menos tiempo. Yo hago canciones, porque si no, reviento. A mí este mundo no me gusta. Por eso siempre leo escritores del pasado. Yo quiero vivir en otro tiempo. En un planeta donde la naturaleza mande. Y hoy estamos viviendo de espaldas a la naturaleza. Yo detesto este mundo de rotondas y molinos eólicos. Energía limpia sí, pero no así. Hay otras maneras de generar energía limpia sin destrozar el paisaje, que es de todos. También detesto los trenes de alta velocidad. «Qué guay, podemos ir a Galicia desde Madrid en cuatro horas», me dicen. Pero es que, chico, yo crecí con la burrita de mi abuelo y a paso de burra yo era feliz. Como también eran felices mis abuelos, que eran gente humilde pero autosuficiente, con su pequeño huerto, sus cabras… En fin, que soy un tío anacrónico que hace canciones porque está hasta las narices de rotondas y las molinos eólicos.
—¿De qué te salva la música?
—Yo empecé a escuchar música con 12 o 13 años y tengo el disco duro de mi cabeza lleno de canciones. Tengo un potaje mental curioso. Lo mismo me gusta la rumba, que el flamenco, que el rock. Sigo escuhando a los Creedence, a Lole y Manuel, a los Módulos, a los Beatles o a Siniestro Total, por hablarte de un grupo gallego que siempre me ha entusiasmado. Pero yo no me siento más que un músico popular que crea canciones de tres cuatro minutos en las que cuento mis pequeñas historias. La música es mi vehículo para estar en el mundo. Un vehículo que no contamina. Es una nube que no existe, pero que te envuelve y te emociona.
—Este año te has reencontrado con Quimi Portet y habéis publicado un disco revisitando parte del repertorio de El Último de la Fila. ¿Qué descubriste echando la mirada 40 años atrás?
—Descubrí que éramos muy, muy inocentes, pero que teníamos un sentir muy real y muy sincero. Del 98?% de ese repertorio no reniego de nada. Me parece actual. De hecho, a día de hoy tres o cuatro de aquellas canciones las estoy tocando en mis conciertos y triunfan como la gaseosa. No diré que lo de antes era estupendo y lo de ahora no. Claro que hay cosas nuevas estupendas. Pero en los grupos de los 80 y 90 había un algo de rechazo, de dar coces al sistema. Veníamos de un tiempo gris y las bandas decían «vamos a vivir, vamos a respirar». Pero ahora ha entrado un elemento nuevo en escena que entonces no contaba: la pasta. Ahora es «a ver cómo hacemos para forrarnos». Me hago youtuber, influencer, músico, modelo, futbolista… El horizonte siempre es la pasta. Yo te juro que durante años y años toqué como un loco con todos los grupos que podía y nunca pensé en la pasta. Entonces poníamos velitas en el altar del arte. Ahora se ponen en el altar de los dioses del dinero.
Fuente: La Voz de Galicia – https://www.lavozdegalicia.es/noticia/coruna/coruna/2024/11/08/hago-canciones-detesto-rotondas-trenes-alta-velocidad/0003_202411SF8P7991.htm