«En mis canciones siempre hay una búsqueda de esperanza»

El músico ofrece un concierto esta noche en La Fuensanta en el que presentará los temas de ‘Mi vida en Marte’ y ‘Desatinos desplumados’ además de repasar sus canciones más conocidas

El músico Manolo García ( El Poblenou, Barcelona, 1955) es un trovador del alma que exprime al máximo las pequeñas cosas y se esfuerza a diario para mostrar la cara amable de la vida. Así lo hace a través de una entrevista telefónica con La Tribuna, en la que de manera cordial se abre en canal para hablar de sueños, amor, sentimientos, naturaleza, arte o música. Lleva cuatro décadas compartiendo con el público sus creaciones, canciones  que ofrecen esperanza. Este viernes llega a Cuenca (Estadio de La Fuensanta, 22,00 horas), dentro de la Gira 22, en la que además de presentar Mi vida en Marte y Desatinos desplumados, sus dos recientes trabajos, animará al público a cantar juntos esas canciones de siempre. Son las otras, esas canciones que ponen a flor de piel la emoción de vivir y que demuestran a Manolo García en cada escenario que pisa que lo bueno que se da luego se recibe. Tal vez la explicación esté en que el niño que quería ser músico no ha perdido un ápice de ilusión y cada día que pasa ama más la vida.  

¿Cómo se vive en Marte?

Marte puede ser un rincón en cualquier parte de tu propio planeta para sobrellevar esto. Porque en la era de la información, de la sobreinformación, necesitas un hueco donde descansar y hacerte tu propio Marte, amainar las tormentas, buscar agua, regar el jardín, cuidar el bancal, seguir haciendo habitable tu interior porque… los terrícolas atacan mucho. Necesito canciones, libros, películas decentes, teatro, danza, darme un baño si estoy cerca del mar, que me dé la brisa, escuchar el viento, silbar entre las ramas de los pinos. Ese es mi Marte.

Ahora sales de ese planeta, te metes en la vorágine de una gira y aterrizas en Cuenca. ¿Qué vas a ofrecer al público?

Voy a intentar ofrecer lo que me da Cuenca cuando voy. He levitado  varias veces en la Fundación Antonio Pérez y he levitado en ese entorno o cuando he paseado por la ciudad. Lo que me da la vida es lo que intento ofrecer, la emoción de vivir. Voy a ofrecer a la gente que acuda al concierto lo mismo que me ha dado a mí la ciudad y la provincia cuando he ido. La gente acude a los conciertos con ganas de cariño, y voy con ganas de cariño, de cantar, de una sonrisa… y más ahora después de salir de esta barbaridad de los confinamientos a causa de la pandemia.

Es algo que se necesitaba tras las restricciones, las mascarillas…

La gente más que nunca quiere sonreír y mostrarle la cara amable a la vida. Es lo que he hecho siempre. Siempre ha intentado buscar lo vital de la vida, en una canción, en un concierto. No quiero que suene grandilocuente. Y en Cuenca busco lo mismo que en cada ciudad, ese abrazo, esa efusividad, esa cosa bonita de compartir canciones un rato y olvidarnos de que la vida es finita, de que estamos contaminando el planeta. A mí, a veces esa ideas me dan tristeza. En mis cuadros siempre hay colores vivos y en mis canciones siempre hay una búsqueda de esperanza. En este caso la gente de Cuenca me va a ayudar a vivir, como la semana pasada la gente de Palma de Mallorca, y yo a cambio también les ayudo.

Es lo que escribió Paul McCartney, aquello de «el amor que recibes es igual al amor que das»…

Totalmente. Es así y no hay otra forma de estar en el mundo. No sé si la gente que hace daño a sabiendas es insensible al dolor ajeno, pero la gente que da algo bueno sí que es sensible y lo bueno le vuelve.

Desde niño tenías muy claro que querías ser músico, no?

Sí, clarísimo. Empecé como músico de orquesta y sólo con tocar canciones de otros que hacían bailar era feliz.Veía una rato de felicidad en la gente. Porque la vida es dura para todos, hay que madrugar, hay que levantar tropecientas cosas. Desde que era jovencito y me gustaba trasladar esa idea a los demás.Al acabar la mili ya pensé que estaba bien de copiar canciones de otros y necesitaba escribir mi música, y así lo hice.

Pues van cuatro décadas y centenares de canciones. No te ha ido mal…

Desde que empecé hice muchas, algunas en comandita con otros compañeros, en Los Rápidos, Los Burros, El Último de la fila o en solitario. Estoy en trescientas y pico canciones.

Mi vida en Marte y Desatinos desplumados son un derroche creativo. ¿Es una consecuencia de la dichosa pandemia?

Es una consecuencia de que cada vez amas más la vida, conforme van pasando los años y vas soltando lastre. Tienes más tiempo para la emoción más pura, hasta apuntas en la dirección más correcta. El amor a la vida, el despertar cada mañana que es inherente a uno. La otra mañana amanecí en Palma y en una playita me dí un simple baño. Estuve una hora… ¡Un baño! Y si no es el mar, estamos en Cuenca y es la montaña, un río o un paisaje que es patrimonio de toda la humanidad. Con el tiempo me he ido quedando con esas pequeñas cosas.

¿Eso es lo que hace seguir en primera línea a veteranos músicos?

¿Por qué siguen los Rolling Stones, Paul McCartney, Bruce Springsteen…? La gente comenta eso de ‘no tendrá bastante dinero ese hombre… si no le hace falta’. Pues lo que le hace falta es seguir sintiendo la emoción de la vida. Que tenga más o menos dinero es cosa suya, nos importa un pepino. 

¿Cuando empezaste tu carrera pensabas en el dinero o en la fama?

Jamás. Eso no existía, al contrario. El músico era un peludo, drogata… Hasta la familia se ponía en contra. En mi época era ser el garbanzo negro. 

¿Cómo es tu relación con esas canciones que todo el mundo conoce, las que te piden en los conciertos y nunca faltan. Y no me refiero sólo a Insurreción.

Para mí, lo importante es cantar. Y te voy a contar una anécdota que no he contado nunca. Hará tres giras o por ahí sufrí una apendicitis galopante y me operaron de urgencia. Al salir de la anestesia le pregunté a la enfermera si había dicho muchas tonterías al despertarme. Y ella me dijo: ‘Has dicho exactamente, qué bien, podré volver a cantar’. Es la importancia de cantar, de la vida, de avanzar y de alejarnos de lo negro porque todos los días nos están machacando. Quiero cantar esas canciones como Insurrección, Pájaros de Barro… Me encantan y me encanta que las cante el público. No me cansaré jamás porque me permiten cantar a la vida. Tengo mis pequeños trucos, ya de veterano, de artesano, y es que puedo cantar un millón de veces esas canciones, pero siempre hay un trocito de melodía que cambio, una palabra que muevo, una cuerda de la guitarra que suena de otra manera.

Otra vez, esas pequeñas cosas…

Exactamente. Siempre buscándonos la vida y buscando la vida, porque la hay en todo. Si apagamos las cuerdas la negación nos arrastra a una sensación un poco gris. La afirmación y el ‘sí, sí, vamos a hacerlo’ es mucho más bonito. Volviendo a esas canciones me gusta que la gente las cante porque voy a caballo ganador. Las cantan y están contentos.Quiero que la gente esté contenta porque de la gente contenta se sacan cosas buenas. De la gente quemada, amargada, lo que se puede sacar es una coz.

¿Cómo haces compatible la intimidad que se necesita para crear con el frenesí de las giras?

En alguna ocasión he tenido alguna sobredosis de energía y en mitad de una gira, en algún día libre, he seguido componiendo porque me apetecía. Generalmente no es así. De estos dos últimos discos, sobre todo de Mi vida en Marte, hay cinco o seis canciones, de las catorce, que ya estaban hechas de la gira anterior, en los días libres. Pero cuando acaban las giras vuelvo a mi vida normal, en mi ciudad. Busco libros que me han recomendado en librerías, busco esa parada para tomar un café, ese bar en el que el camarero o la camarera son amigos de hace veinte años o el domingo vuelves a ir a un museo porque hay una exposición. Poco tiempo después notas cómo la capa freática, el pozo, vuelve a tener agua limpia. Echas el cubo y vuelve a salir agua clara. Si lo agotas o intentas sacar el agua a destiempo sólo sacas barro. A mí las ganas no me faltan nunca. Intuyo que nunca me van a faltar y cuando leo a Gil de Biedma pienso: ‘Qué lástima, ¿por qué no siguió?’. Un día decidió que ya no seguiría escribiendo poesía. Me gustan los poetas que han escrito hasta el final, los pintores que han pintado hasta el final o los músicos que han hecho música como han podido, tal vez sin tanto concierto, pero discos hasta el final. Me encanta la gente que ha tenido esa vitalidad hasta el último aliento. Yo quiero ser de esos. La vida normal no es aislarse, no es estar todo el día pintando ni estar todo el día en el estudio. Soy bastante callejero y en la normalidad vienen las canciones, vienen los cuadros.

¿Hablando de cuadros y de tu afición a la pintura, si estuvieras delante de un lienzo qué te inspira a pintar esta gira?

Pues estoy pintando y de hecho estoy delante de un lienzo. Paso horas delante de las telas, con mis pinturas. Tengo un mundo propio, bastante onírico, sueño con los ojos abiertos. Mis telas son bastante surrealistas. Ahora mezclo abstracción, configurativo y surrealismo. Es una triada extraña, a mi manera, y me lo paso muy bien, la verdad. Es una manera de alejarme de una realidad que no me complace. Me alejo, un rato, luego vuelvo y, como todos, sacamos pecho.Ahora estoy trabajando con colores muy cálidos, con rosas. Me gusta el verde, el verde un poquito apagado, y de repente también trabajo con amarillo oscuro. En cuanto a  la gama de colores soy muy de Van Gogh, de Gauguin. Es una propuesta de libertad total.

Al fin y al cabo eso es lo que buscas: libertad. ¿Es así?

Sí. Es lo que busco en las telas, en los discos cuando compongo y lo que buscaré en Cuenca en el concierto.Ser libre y que no que me hagan bailar bajo el son de un baile que no me gusta nada.

Y el público de tus conciertos creo que lo sabe…

A todos se nos ve el plumero (risas). 

Fuente: La Tribuna de Cuenca – José Luis Enriquez – ENLACE