MG: Manolo García no es un tipo cualquiera

El polifacético artista ofreció un concierto lleno de brillo en La Rábida. El público, entregado desde el primer momento, disfrutó de una noche repleta de viejas y nuevas canciones de la mano de García y su banda. Un sonido de grandísima calidad, junto a un montaje personal y único perfilaron una noche para recordar. Hace algunos años escuchaba una entrevista a un tal José María Sanz, algunos lo conocen más como Loquillo, en la que decía que nunca prestaría atención a un artista que no se preocupase por su estética. Yo enseguida pensé en Neil Young, un tipo que pasado los 60, sigue gastando unos vaqueros viejos, una camisa de cuadros y que armado con una vieja guitarra, es capaz de seguir dando lecciones de rock´n roll, como las que daba de jovencito.

Manolo García pertenece a la especie de artista a la que pertenece Neil Young, artistas que piensan en lo que hacen y lo trabajan. Este tipo, es cierto, deja de lado trajes caros y elaborados o las estéticas llamativas en el vestir. Si llama la atención es porque podría subirse al escenario como van a trabajar mucho de sus seguidores. Algunos lo han acusado de parecerse al vecino del quinto, pero Manolo, aunque se apellide García y García-Pérez de segundo, no es un tipo corriente.

Empezó García haciendo lo difícil. Hay una norma no escrita a la hora de hacer una canción: estrofa, puente y estribillo. El propio García la maneja muy bien. A su antojo. Algo parecido hay a la hora de hacer un concierto, o al menos para los tipos normales. García, García no es un tipo normal. Sale al escenario casi solo, con Nacho Lesko al piano, sonando de verdad. Ante una multitud, Manolo García opta por empezar con el formato pequeño y da igual, el escenario es su terreno, puede hacer lo que quiera. Canta, demostrando que sigue muy en forma, un par de canciones de épocas pretéritas, ‘Disneylandia’ y ‘Aviones plateados’, pero no es un tipo atado a la nostalgia. Se unen los músicos y no ceja en su empeño. Ganar terreno con el formato pequeño, pero no se termina ahí su recorrido.

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Repentinamente, mientras suena ‘Todos amamos desesperadamente’, según crece la canción, todo da un giro y su banda es una potente máquina de rock. Pero no un rock cualquiera, un sonido como el propio músico, lleno de matices. Acompañado de músicos que llegaron a su banda casi antes que él, Charlie Sardá o Juan Carlos García, cuidan de que el ritmo no se pierda; Ricardo Marín, histórico del rock español, dirige la banda. Nada puede salir mal. Cada músico tiene su sitio: inevitable recordar el sonido de Iñigo Goldaracena y su bajo, siempre presente, elegante y sorprendente; o a Víctor Iniesta y Albert Serrano, mezclando guitarras acústicas, eléctricas y españolas.

Corría el tiempo y no dudaban los músicos en recrearse en su sonido. Manolo García, a pesar de que lo acusen de repetitivo, ofrece una música personal y llena de detalles. Esos detalles no estarían al alcance del público si no fuera porque trabajan con un sonido antológico. A pesar de llegar a unir en el escenario cuatros guitarras, no ganan por fuerza, que también; ganan por calidad, por un sonido cristalino. Recordando conciertos viejos y nuevos, músicos de aquí y de allá, me costaría trabajo encontrar un concierto que haya sonado mejor que el del pasado viernes en La Rábida. Se escuchaban incluso las panderetas, tan importantes en el rock. Por no hablar de la voz: el tiempo no le ha hecho perder fuerza a su característico tono.

Además, García se empeña en poner a prueba a sus técnicos de sonido y a su seguridad, pasea por fuera del escenario, incluso canta una canción en mitad de su público, entre achuchones Manolo García suena tan bien como en el escenario. No deja de agradecer la presencia del público porque, como dijo, “no sólo habéis venido, además estáis aquí”.

Tirarse al barro

Manolo García es un artista consagrado, exitoso, con una carrera hecha, pero con ganas de seguir en pie. No duda en darle vueltas a sus canciones, en revisitarse a sí mismo. De la misma forma que se embarca en nuevos discos, es capaz de llevar canciones harto conocidas en su repertorio a paisajes bastante diferentes. Puede que el mejor ejemplo de eso sea ‘A San Fernando, un ratito a pie y otro caminando’ de su primer disco. Queda lejos en su repertorio, pero suena bella y actual con sus nuevos arreglos. Incluso canciones como ‘Pájaros de barro’, sin que hayan recibido un tratamiento radical, parecen sacadas del mismo tiempo y lugar que ‘Sombra de la sombra de tu sombrero’ o que ‘Un año y otro año’.

Pero tirarse al barro no es sólo eso. Tirarse al barro es mostrar sus preocupaciones. Sin ser un pelmazo ni un demagogo, difícil encontrar alguien así en la geografía ibérica. Manolo García es capaz de compartir sus inquietudes más allá de la música, dedicándole el concierto a “los pequeños agricultores y ganaderos, porque de ellos es el futuro”. Le da tiempo a dedicar una canción de El Útimo de la Fila a Miguel Rios, llamando a la “insurrección, pacífica, pero insurrección”.

Un concierto cuidado y trabajado

Manolo derrochó cariño hacia su público. Repartió botellas de aguas y apretones de manos, pero sobre todo vino a hacer lo mínimo y lo máximo que se puede esperar de un músico: un concierto cuidadísimo, en todos sus detalles. Además, lo acompañó con un montaje propio y diferente. Sin necesidad de grandes pantallas ni tecnología de última generación. Con un elaborado juego de luces y unos telones, una bailarina y una banda que se sale del escenario por grande y por buena. Árboles de botellas de plásticos, redes, jaulas, pececillos colgando del escenario y superposición de luces crean un ambiente propicio y extraordinario para dejarse llevar. Un montaje a la altura del concierto.

Tras más de dos horas de concierto, con el segundo bis, García cerró el círculo como lo empezó: al borde del escenario, con un ramillete de canciones en formato acústico y regalando una ranchera, como a él le gusta, porque cuando él quiera volveremos con él.

Fuente: Huelva24 – ENLACE y GALERIA DE FOTOS