El músico llega a la Plaza de Toros presentando un doble álbum creado durante la pandemia y con los clásicos que le han convertido en mito
Por si el tiempo nos arrastra este otoño a playas desiertas, los feligreses de la religión manologarcianiana acuden este sábado a su vértice del tiempo. Quieren volar en pájaros de barro hasta la latitud que Manolo elija. Da igual el tiempo de espera como un burro amarrado a la puerta del baile en un callejón por donde nunca pasa nadie; su público siempre encuentra consuelo y paciencia en náufragos urbanos, se calienta las manos en las húmedas noches junto al Correcaminos, Rompetechos y otros colegas, y así nunca el tiempo es perdido.
La magnitud de la incidencia de la obra de Manolo García entre quienes le veneran sólo se puede explicar desde dentro de la fragua del herrero viejo, el del mandil de buen cuero, donde remachan los hombres sus penas al vivo fuego. Y si es tiempo de incertidumbres y duelo, terapia de canciones de amor, compadre y jaranero que cierre para siempre aquella puerta; y canciones para mitigar la ausencia de noches vacías en el bosque de tu alegría, a tirar el lastre de eso que es la existencia, del tráfico, del peso de los lunes; y canciones, en todo caso, para seguir adelante -pan, casa, destino, camino- como el ladrón que busca su fortuna.
Manolo García llega a Granada presentando Mi Vida en Marte y Desatinos Desplumados, el primero más rockero, en ritmos, en instrumentos; el segundo, más aflamencado, ayudado de palmas, voces y una guitarra española. Son alma viajera, alma de esponja, puro Manolo. Por muy oscuro que sea el abismo, él se mece, brilla como un faro de mediodía, rumbo entre islas. Manolo nos habla este sábado en la hora calma de la media noche, de vida y pasión, y de las vueltas que da la tuerca, que es la vida, de brisa y calor. Granada le espera, como un río de luz en el ocaso hacia la vega y sus confines.
Fuente: Cadena Ser – ENLACE