Manolo García: «Sigo la estela de Bob Dylan en los primeros discos, que son mágicos»

El que fuera cantante de El Último de la Fila vuelve al candelero con su nuevo libro de poemas y dibujos, «El fin del principio» (Verso&Cuento), y el lanzamiento de «Somos levedad», un disco doble en directo. Aquí nos habla de arte, música y vida

(Nota: el disco se llama Acústico, Acústico, Acústico en directo)

Entre los poemas incluidos en El fin del principio, impacta uno en el que Manolo García (Barcelona, 1955) habla de un niño que lee tebeos en un sofá. «Ese niño pervive en mí», comenta. «La curiosidad va pegada desde que tengo uso de razón, empiezo a disparatarme y a hacerme preguntas. Y pronto me doy cuenta de que respuestas no va a haber. Además, da igual: el entretenimiento está en coger la sartén por el mango. Ese inicio de entrar en mundos ajenos, ficticios o no tan ficticios, viene en forma de tebeos, antes de los cómics. Tengo la suerte de tener un mercadillo debajo de casa que todos los domingos abre sus puertas a un público ávido de literatura de segunda mano. Todo muy barato. Yo descubro la sopa de ajo con doce años en este mercado de San Antón. Siento la llamada de la calle, en mi manzana había dos radios y no había televisión, te hablo de 1967. Comienzas con el Jabato y el Capitán Trueno y esto te lleva a indagar más, a leer a Salgari, alguien te habla de Jack London… Ahí ya estás pillado».

La mirada hacia el arte o la pintura, ¿también se remonta a ese tiempo?

Absolutamente, fue despertar en un medio embrutecido. Mi experiencia primera es un barrio obrero, metalúrgico, hornos, obreros a la llamada de la sirena… Es una zona costera donde estaba ubicada la industria, vías de tren, locomotoras, un mundo de hombres endurecidos que por sueldos magros se dejaban la piel. Mi padre llega del campo, donde era segador, y entra en esa dinámica. En verano, me llevan al campo, donde la vida también es dura, pero como el niño no trabaja, solo ayuda un poquito, lo idealiza, como un entorno romántico. En cambio, el lugar donde el padre trabaja es algo bárbaro, en las bocas de los hornos a unas temperaturas brutales. Y el arte es el salvavidas. Hay algo que te hace evadirte frente a lo que te espera. Porque tu padre te avisa de cuál va a ser tu futuro, no cabía soñar con que te pagaran los estudios, la universidad, eso era impensable. «A los catorce años, estarás aquí trabajando en la fábrica». Fue la única escapatoria emocional ante una vida que iba a ser de esclavitud. Entonces, comienzo a dibujar y entro en otro mundo de pasión absoluto. Es el inicio de mi querencia, que ha perdurado toda una vida. Es «el sitio de mi recreo», como decía Antonio Vega.

Pero no es la única. Llega esa otra tabla de salvación que es la música. Antes de Los Rápidos y Los Burros.

Antes, bastante antes. Los Rápidos ya es el sueño de cualquier músico, un disco con canciones propias en una compañía, EMI Odeón, que en ese momento estaba en Barcelona. Pero llevo diez años con furgonetas DKW jugándome la vida por carreteras nacionales. En esos años, por el día, trabajo y, por las noches, ensayo con un grupo que será con el que amenizaremos bodas, lo que nos echen. Tengo quince años y, en el barrio, unos cuantos chavales aptos para la música nos juntamos. Salgo a tocar a Lérida, a Zaragoza, yo era el más jovencito. Cada fin de semana sacamos dos actuaciones y nos pagan unas dos mil pesetas, lo cual, a un chaval de mi edad, le ayuda para la economía familiar. Pero más allá de eso, está el subir al escenario, el ver que te gusta.

A principios de los 70, Barcelona es un hervidero. ¿Dónde se ubica Manolo García?

Absorbiendo como una esponja. Sisa, recuerdo su concierto en la Celeste, una sala mítica del Raval, y ver a La Banda Trapera, el punk en este caso de Cornellá (de donde también son Estopa). Ahí, en ese refrito, me meto como puedo. Recuerdo un año que Miguel Ríos estaba de gira y fui a verlo varias veces para aprender lo que era hacer tu propia música sobre un escenario. Yo manejaba los trucos para llevarme bien con el público de una boda, achispado, o en un cuartel de mozos en Teruel, donde o tocas lo que quieren o te tiran al pilón [risas]. Pero después de ver a Queen y a Billy Joel en Barcelona, descubro que hay otra cosa que es magnífica, que es el artista que defiende su propia obra, y me digo: «Este es el camino».

«Todos somos prismas, tenemos muchas caras. Ahora bien: en el yo interior no hay caras. Hay un llevarte bien contigo mismo»

En «El fin del principio» reivindica el poder de la poesía. Se ven ecos de la generación del 27 en sus poemas. Ecos sobre todo en la aproximación a la mujer.

La mujer, para un poeta, si es como tiene que ser, no es musa, es fuerza de la naturaleza. Al final, esa vivencia interior, esa experiencia real, imaginada, deseada, no conseguida, pero anhelada, es la poesía. Poesía es esa pretensión de vida, es ese «a toda costa, existir». Existir antes, ahora y siempre. Porque en el tiempo del poeta hay una perpetuidad, estás ahí atado con un dulce lazo, un nudo marinero estupendo, muy bonito, que te ata a una eternidad. Está la mujer, están los otros hombres, está la naturaleza, abrazamos árboles, hablamos a las tortugas, intentamos cocinar con amor, estamos intentando ser poetas todos, al final.

Y el amor por las pequeñas cosas.

Bueno, yo lo llamo «amor en todas direcciones». Esos primeros amores de adolescente quedan grabados, pero también te vapulean. Empiezas a darte cuenta de que lo mejor es no apuntar en una sola dirección, por si no aciertas. Mira, yo tuve la suerte de ser monaguillo de un párroco, que luego me enteré de que era un activista político en épocas muy duras. Piensas que el amor de ese párroco es el que me interesa: el que da todo sin pedir nada a cambio. El que pide, el que propone, el que pacta, el que exige: no. Y no hace falta proclamarlo.

«Perdemos más que ganamos con el mundo virtual. Mi plan de vida no es pasarme todo el día mandando ‘whatsapps’»

Hay un contraste entre el Manolo García energético, capaz de dar conciertos de tres horas, como Springsteen, con el otro, el que hace poemas, cuadros, que se diría un artesano.

Todos somos prismas, tenemos muchísimas caras y utilizamos la que nos interesa en cada momento. Ahora bien, en el yo interior, no hay caras. Hay un llevarte bien contigo mismo. ¿Qué buscas? Una calma. Para mí, uno de los bienes más preciados no es tener más o correr más. Es estar tranquilo.

En su poema «Así es la vida ahora» habla de esa paradoja tan actual de que «tienes diez mil amigos virtuales y ninguno de ellos acude al hospital».

Me voy a arriesgar: pienso que perdemos más que ganamos con el mundo virtual. Alguien pensará que estoy fuera de mi tiempo. Pero yo elijo mi tiempo. Nos da una aparente variedad de posibilidades tan brutal que te pierdes. Yo, el móvil prácticamente lo deseché de mi vida. Ahora tengo uno del chino de la esquina, porque mi plan de vida no es pasarme todo el día mandando whatsapps. A mí me das una terraza, que dé un poco el sol, con un periódico, un libro, una cervecita, un café, y ver pasar gente. ¡Ostras! Es que eso me pacifica el alma.

Manolo García con Quimi Portet, la otra mitad de El Último de la Fila, uno de los grupos de pop rock que cosechó gran éxito en España durante las décadas de 1980 y 1990
Manolo García con Quimi Portet, la otra mitad de El Último de la Fila, uno de los grupos de pop rock que cosechó gran éxito en España durante las décadas de 1980 y 1990

El Último de la Fila fueron pioneros en incorporar en sus letras desde la lejana estrella al insecto. ¿Cree que el tema de nuestro tiempo es la relación entre hombre y Naturaleza?

Estamos acabando una época. Ahora viene una segunda parte que va a ser definitiva. Ya teníamos que estar metidos en harina y entender que somos una tribu global, que lo que sucede en el hemisferio norte revierte en el hemisferio sur. El aleteo de la mariposa ahora va en serio, ya no es una imagen poética. La extinción de especies va en detrimento del ser humano. La Naturaleza ha sido siempre nuestro mejor médico.

«Querida Milagros», «Insurrección», «Como un burro a la puerta del baile»… son canciones que se han convertido en patrimonio de la gente. ¿Nota algo especial cuando las crea? ¿Es el público quien las hace perdurar?

Cuando las compongo, estoy sentado con la guitarra, unos auriculares… Y la canción que voy grabando, un ritmo, dos guitarras acústicas, mi voz y una armónica, esa es mi maqueta, la que luego llevo al estudio para que mi grupo entienda la idea. Van pasando las semanas, y ves que esa canción la oyes pocas veces; en cambio, aquella otra, te levantas y vas corriendo a poner la maqueta. La oyes doscientas veces. Y piensas: «Vaya temazo, me encanta». Si se te pone la carne de gallina, es la prueba del algodón.

En un poema menciona a Picasso. Da la sensación de que pretende vivir con la misma ilusión hasta el final.

Sí, sí. No es un juego por aparentar, es que estoy loco por hacer discos. Mis nuevas canciones me van despejando caminos, «me arreglan el día», como yo digo. Mira ahora, vaya palo, el confinamiento, el sufrimiento de la gente. Me pongo a escribir, a componer, a pintar para encontrar un alijo de felicidad que sirva para otros. Sigo la estela del Dylan de los primeros discos, que son mágicos. O de mis queridos Creedence. Voy a la frutería y a la chica le hago un texto. No estoy pensando en hacer la obra de mi vida. Voy en patines. Si mi padre me viera, santo varón. «Eres un vago, no llegarás a nada en la vida». Lo típico, yo le quería muy bien, era una maravillosa persona. Pero no quería saber nada de sus cuitas en los altos hornos.

Palacio de murciélagos

Ya adivino una primavera

cuajada de mirtos,

de consonantes parcas,

de entrelazadas manos

en descarnada querencia.

Ya adivino los espíritus serenos

solazándose en embates

de encarnizados amoríos.

Ya entreveo, en la lejana lejanía,

palacios de murciélagos,

ermitas de los milagros posibles.

Regueros de caricias

en catedrales negras.

Ya presumo de levedad

sólida como un sillar

navegando la tarde

en bajel sin gobierno,

en naderías que laceran.

Ya asoman en lontananza

los tiempos de las vocales,

carnívoras plantas que avanzan

por las lujuriosas selvas

ralas.

Fuente: ABC Cultural – ENLACE