Manolo García fue carpintero, ebanista, dibujó Hello Kittiespor arrobas, montó cajas de embalaje para productos de limpieza y mesas de entidades bancarias mientras se fogueaba como músico los fines de semana. Necesitó años de verbenas, a mucha honra, hasta que pudo vivir de sus canciones. Con casi cuatro décadas de carrera y después de la Geometría del Rayo, pisa ahora los teatros con su primera gira acústica. Hoy y mañana, en el Auditórium de Palma.
Los Rápidos, Los Burros, El Último de la Fila, 20 años de carrera en solitario y, sin embargo, hasta ahora nunca se había embarcado en una gira acústica.
Me gusta probar cosas nuevas y desde 1981 siempre había hecho discos clásicos en una banda de pop y rock. A finales de la gira del año pasado no me apetecía quedarme en casa, sino componer en la carretera. Y pensé: qué puedo hacer para no aburrir y no ponerme pesado. Y aquí estoy. Las guitarras acústicas siempre habían estado en el potaje de mis canciones y quise darles un aire nuevo. Solo pedí dar bastantes conciertos en teatros, en un formato distinto al habitual.
¿Cómo ha sido eso de aparcar las guitarras eléctricas?
Está muy bien, la diversidad de sonidos me interesa. Me gustan los grupos de los 70 que, como Led Zepellin, tienen momentos magistrales con ellas. Para el cantante hay otro camino por descubrir porque debes apretar y rajar más la voz en un concierto. No me gusta anclarme a un método, es una forma de investigar. Es un proyecto nuevo, enriquecedor y quería saber cómo lo resolvía.
Es acústico, pero no sencillo porque toca acompañado de una banda extensa.
Soy bastante rococó, en mis discos hay muchas capas, por eso, a veces los mezcladores me miran despavoridos. Les invito a un coñac y les digo: ‘cálmense e iremos haciendo con paciencia’. Es bonito descubrir el juego que me da una canción con guitarra acústica, española y una bandurria. Me remite a ese pasacalles que veía desde la cama con un cuarteto; ese despertar era maravilloso, un sonido de ensoñación. Me gusta esa parte de música popular, simple. Ahí está la búsqueda.
¿Cómo es eso de pescar canciones? Explíqueme la metáfora.
Hay que ir echando la caña. Aparentemente hay muchos peces, pero desaparecen. Hay que ser paciente. Voy consiguiendo que piquen unas ciertas ideas, unos dibujos y voy almacenando. Mi criba es el paso de los días. Los dejo en dique seco. Olvido lo que hice y al paso del tiempo veo si hay algo o no.
¿Dónde van las canciones que nunca llegan a ser canciones?
Soy drástico. Las borro. No me importa si he estado diez horas trabajando en una canción que luego no me sirve porque he sido feliz. Esa claridad te la da el paso del tiempo. Cuando vuelves a ellas las ves con otros ojos. Ya no son tuyas. Ya quedan aquí.
¿Qué artista hubiera sido si el éxito le hubiera llegado al principio de su carrera?
He tenido la suerte de que mi pretensión no era tener éxito sino ser feliz como músico. Creía que era una cota demasiado alta y lejana. Me conformaba con mi trabajo menor. Fui diez años músico de baile, de fin de semana y necesita probar que no era una veleidad juvenil. Sabía que me gustaba mi oficio a pesar de la dureza y todo ese bagaje acumulado me ha dado la tranquilidad de que estaba en lo cierto. Yo no quería producir a nadie ni ser una estrella. Quería ser feliz y la entendía como ser libre.
Dígame una desventaja de ser su propio jefe: compone y también produce sus canciones.
No se la encuentro. El concepto de mi canción lo tengo yo y no sería nada feliz si un productor mejorara la sonoridad de una canción y metiera algo. Soy burro de mal collar. Hago mi trabajo y me gusta ser dueño de mis errores.
¿Por qué eligió mujeres para tocar en su último disco?
No quiero que quede machista, pero primero porque huelen mejor que los hombres y, segundo, porque tienen una sensibilidad distinta. Quería probar. Me apetecían otros aires. Vi que había otro pulso. Una mujer puede ser tan bronca como un hombre tocando y un hombre tan dulce como una mujer. Espero poder repetir porque fue estupenda esa dulce contundencia con la que pueden llegar a tocar. Si sirve para aportar un mínimo grano de arena por la obviedad de la igualdad, pues bienvenida. Ojalá llegue un punto en el que no haya ni que hablar de diferencias de sueldo o violencia machista.
¿Le hubiera tratado igual el público a usted que a Amaia Montero si le hubiera ocurrido lo que a ella?
No salí en su defensa porque fuera mujer sino porque soy su amigo. Hay un respeto profesional. Salí simplemente al encuentro por compañero. Es una cuestión bastante absurda el ataque en las redes, de gente escondida. No entiendo esa violencia gratuita, verbal y escrita. Es penosa y me abochornó. Si tú pides una opinión a alguien y te la da mirándote a los ojos es otra historia. No es correcto atacar así. Nadie es perfecto. Es muy casposo, nada edificante. Lo que hicieron con Amaia raya la línea de lo grotesco.
¿Por qué decidió irse a Estados Unidos para grabar Geometría del rayo?
En viajes anteriores al extranjero, el pulso que he conseguido me ha gustado. Repites por eso. No soy mitómano, aunque hay algo de ir a la cuna. Son muy masters de pop y rock, todos, los ingenieros y los músicos, son muy zorros. La novedad también atrae.
¿Le sigue pareciendo Arena en los bolsillos un disco pueril?
Sí, es bastante inocente. Muy pueril y muy inocente. Ahora soy más rebuscado. Es un disco que hice así: ‘aquí está esto y esto es lo que tengo’. No hay más. Ahora para rescatar diez canciones hago 45. Antes no. Cuando empecé mi carrera en solitario, estaba que me componía encima porque después de separarnos [de El Último de la Fila] me quedé desangelado. Hasta entonces pensaba: ‘Esto es estupendo, va a durar siempre, somos una máquina de ilusión’. Estuve un año raro, en el aire. Ese disco está compuesto en dos meses. Todo fue muy rápido.
¿Por qué sus discos con El Último de la Fila no están en Spotify?
No hemos querido. Me planteo salir de ahí, de Youtube, de Google y de todo. Si no pareciera imposible, saldría. No quisiera estar ni en la Wikipedia. Me gustaría que como Manolo García estuviera un pastor de Cuenca. Mi ideal sería: ofrezco tocar en directo, que venga el que quiera. Haría eso si pudiese.
Los tiempos y la industria son otros.
Hay un cuerpo económico que nos ha arrastrado a todos los creadores. Jamás pondría anuncios en una canción mía [como ocurre en Spotify o Youtube] ni prestaría una canción mía a un anuncio. No considero malo que lo haga alguien, ojo. No lo juzgo. Hablo por mí. Quiero ofrecer mis conciertos y mis discos, pero nos hemos visto abocados a todo lo demás. No nos han preguntado si queremos cambiar el modelo de difusión de las canciones.
Habla de defender el derecho de los creadores. La SGAE tampoco es el mejor ejemplo, después de los escándalos de gestión y el caso de La Rueda.
Tenemos un gallinero y parece ser que el zorro manda en el gallinero. Se suceden los desastres con serias dudas de la gestión. Hay que luchar contra estos holdings. ¿Quién tiene el taxímetro? Los creadores no, desde luego.
Los conciertos están estandarizando su duración en 90 minutos. Poco después de una hora, cuando se ha entrado en calor, muchos artistas inician la pantomima de los bises. ¿Usted sigue cantando 28 o 30 canciones?
Te tiras horas en un aeropuerto, montando y preparando los conciertos. Después de ese esfuerzo, espero que el público me deje que cante. A eso vengo. Es mi creación y mi tiempo. Y pienso: vamos a estar juntos un rato, no se trata de cumplir. Ya que nos vemos poco, vamos a echar la noche. Nunca he concebido una vida de músico como un funcionariado. No tengo éxito con las mujeres, ni creo en el sexo, drogas, rock and roll. Lo mío es vocacional. Me deleito con mis compañeros. Y quiero deleitar a los demás. Es mi trabajo entre comillas porque lo considero una suerte, un vivir muy vivo.
Cuando otros levantan el pie del acelerador, usted está más prolífico que nunca.
Objetivamente te queda menos tiempo. Cuando alguien hace algo que no le gusta está deseando dejar de hacerlo. Si haces lo que te gusta, al revés. Y si la salud acompaña, aquí seguiré. Nunca he tenido pánico escénico, cada vez tengo más jeta.
Sus canciones están llenas de palabras sonoras que remiten al mundo rural. ¿Cuáles le resultan más evocadoras?
Soy lector voraz, el lenguaje me interesa mucho, es un vehículo para el viaje, la ensoñación; es una bomba, un tiro, te lubrifica las neuronas. El texto de las canciones es para mí importantísimo. Leer es parte de la comunicación, una forma de recibir sabiduría. En la música ocurre igual, escuchas la de los 50, 60 y 70 y ya se grababa muy bien. Hay millones de buenísimas canciones. Mucho de lo que se hace ahora es un refrito. Cuando alguien me pregunta qué hacer para escribir buenas canciones mi respuesta es: tienes que leer, sin eso, lograrlo sería un milagro.
¿Sigue alejado de la tecnología?
Cometo algún pecado venial, a veces hago alguna foto con el móvil, pero no tengo internet. Me siento orgulloso. No es una crítica a nadie, pero gozo de una libertad tecnológica absoluta.
¿Y de qué otra formas lucha contra la banalidad o la velocidad de estos tiempos?
Uso el móvil para una comunicación puntual, para quedar con alguien. Soy de los que prefiere escribir una carta con una pluma y tintero. Me gusta el junco, el esparto, los olores del tomillo y la manzanilla. No el plástico. Los videojuegos no me han interesado nada. No quiero hacer un alegato ni adoctrinar a nadie, por Dios. Mientras tú juegas a la videoconsola, yo me baño en el mar. Y listo.
¿Ha visto alguno de los debates electorales? ¿Qué impresión tiene?
Vi el segundo por morbo, por ver qué decían y sentí bastante decepción. Oí algunas cosas razonables por parte de un candidato y el resto me pareció chicos de escuela, peleándose. Es extraño cuando está en juego el futuro de un país y deben dirigirse a personas, en muchos casos, a la deriva.
¿Qué país diría que es España?
Uno muy diverso, que es país o estado hace relativamente poco. Muy joven. Antes la península era un cúmulo de reinos diferentes y en la unidad territorial hacia lo económico estaría bien entenderse, que la política fuera noble, que los políticos dejasen sus intereses partidistas y se pusieren al servicio del ciudadano. Y, sin embargo, parecen estrellas de rock; que la imagen lo rija todo es muy extraño y triste. La importancia que se presta a detalles nimios denota falta de honestidad, una empatía no empática.
No soy sociólogo ni politólogo, pero me sobró la crispación en los debates. Hubiera preferido cuatro personas diciendo lo que pretenden y que emplearan sus minutos en desglosar qué, cómo, por qué y cuándo.
Fuente: El Mundo – ENLACE