Concierto en València: A Manolo García hay que quererlo

El cantante ofrece más de tres horas de concierto y de conexión absoluta con su público en la Plaza de Toros de València

Ya les digo yo que no iba demasiado animado al concierto que Manolo García ofreció el miércoles por la noche en la Plaza de Toros de València. Yo ya había leído que en el Wizink Center de Madrid había estado tres horas tocando, y en el Sant Jordi de Barcelona otras tantas. Peo claro, ahí estaban tapaditos y el termómetro no bajaba hasta los 12 grados y la humedad no se te pega a los huesos, huesos, que tú eres sólo huesos. ¿Y tres horas de concierto? Madre mía, tres horas, ni que fuera Ben Hur. Tres horas en las que sólo canta un par de canciones de El Último de la Fila. Que yo, señor, soy un fan tardío de El Último, que aún me estoy empapando del «Nuevo pequeño catálogo», así que aún me queda otra década para saberme las de Manolo en solitario. Así que de momento, qué quieren que les diga, las escucho y ni fu ni fa, que la mitad o más de las letras no las entiendo, que el santo se me va a otra parte cuando empiezo a escuchar cosas como «son el hálito justo que apaciguará el pulso».

Y ese era mi ánimo, y así continuó cuando empezó el concierto. Llena la Plaza de Toros, papel agotado, vídeos de perritos en las grandes pantallas que flanquean el escenario, fans que esperan a Manolo con un cubalitro de cerveza en la mano y que levantan el dedo hacia el cielo para corear frases extrañas como «prefiero el trapecio». Y que se distraen, porque es inevitable distraerse, cuando el guitarrista Víctor Iniesta se marca un largo sólo de guitarra flamenca y Manolo se permite una versión de los Triana. Porque Manolo, a estas alturas de su carrera, llenando plazas de toros como las llena y megaauditorios y lo que sea, se puede permitir solos flamencos, y versiones de Triana, y cambiar de banda en mitad del concierto, y salir con un garrote al escenario y pañuelos colgando del micrófono. También se puede permitir alguna frase de estas que reconfortan a las masas porque les hacen pensar que están en el lado perdedor aunque correcto. «Hoy no tenemos amo, somos libres», dice. «Lo que nos llevemos de aquí no irá dentro de un móvil, irá en nuestro corazón», suelta también al ser enfocado por las miles de lucecitas mustias del personal.

Pero poco a poco el ánimo va cambiando. Manolo te va seduciendo con esa sonrisa complacida, esas palmadas que se da en los muslos, esas bandas (dos) que sonríen como él y no fallan ni una. Y al final, a pesar de los medios tiempos llenos de frases y de que la manologarcialogía es una asignatura que no todo el mundo acabamos de aprender, a Manolo hay que quererlo. Uno, apoyado en la barrera como si quisiera protegerse del entusiasmo generalizado, ve al público mirar al ídolo y recitando devotamente las letras de sus canciones como si fueran el Nuevo Testamento, el Corán y la Torah todo junto, y empieza a comprenderlo. Manolo le dedica el concierto a los «pequeños y medianos agricultores del País Valencià» y luego se baja del escenario y cruza el ruedo caminando hasta la grada para cantar con el público que se apelotona a su alrededor, y al volver lee el cartel con el que «dos hermanas de València» le piden que les dedique una canción, y él se la dedica. Y hay que quererlo porque saca a cantar a su «hermanita» Carmen y permite que una de las dos baterías que actúan con él se marque un sólo de los de antes de que hacer solos de batería estuviese mal visto, y él da gritos para que el público los repita, que es otra cosa que está mal vista pero que a él le da igual, como seguramente lo está el despedirse antes de los bises con un «hasta luego Lucas», pero nos da igual porque él lo dice con la autenticidad del que está viviendo en 2018 como si estuviera en 1994. Y después se tirará dos o tres veces desde el escenario hasta el público, y volverá a cruzar el ruedo para subirse a las gradas y permitir que le toquen y berreen sobre su micrófono y le hagan esos vídeos de móvil que tan poco le gustan, y compartirá la cara de frío del personal mientras se acurruca en su chaqueta vaquera negra con forro de borreguito.

Y a estas alturas uno ya ha entendido que el fenómeno de Manolo García supera a su música, que haga lo que haga este va a ser el mejor concierto de las vidas de su público, al menos hasta que vuelva a València en un par de años. Pero es que además la veta melódica de su repertorio va dando paso a la más pop, e incluso la más rockera, con lo que la banda ha dejado de ser un compendio de músicos virtuosos para empezar a sonar como algo parecido a la Rolling Thunder Revue de Bob Dylan. «Como un burro», «Pájaros de barro», «Carbón y ramas secas», «Sobre el oscuro abismo»… Y la apoteosis con «A San Fernando» y una «Insurrección» desastrada y genial… «Venga, idos ya que vamos a coger una pulmonía», pedía Manolo entre los «oes» del público. Tres horas y cuarto de concierto y una última lección. «Sé que soy un pesado, pero no subáis los vídeos a Youtube, que ni vosotros ni nosotros ganamos nada y no os lo van a agradecer. Y ellos se pueden meter su dinero por el culo».

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Fuente: Levante – EMV – Voro Contreras – Fotos Octavio Juan – ENLACE