Manolo García, el timbre y la piel

  • Unas 6.000 almas disfrutan del concierto del músico catalán en el Muelle de Cádiz
  • El artista bajó del escenario para compartir un momento con su público

Sin pose alguna, sin gestos forzados, sin trampa ni cartón. Manolo García, el timbre y la piel. El verso y el pantalón vaquero. Y el timbre. Su timbre, reconocible hasta debajo del mar, del mar antiguo al que invoca (con la palabra, que no con la canción) cuando da las gracias a las más de 6.000 almas que anoche se dieron cita en el Muelle de Cádiz para compartir con el músico catalán sus viejas y nuevas (sobre todo las nuevas) canciones. «Gracias por sudar, gracias por respirar, gracias por estar aquí», por el esfuerzo, dice, «que sé que esta provincia es de las más desfavorecidas en lo laboral, ¡me cago en la leche!». Sin pose alguna, lejos del producto plastificado, del usar y tirar. Manolo García, timbre y piel. Sentado con la acústica, se sienta en la escalera muy cerquita de su público. Y toca. Timbre y piel.

Acaricia las cuerdas, le arranca El frío de la noche, como un pa ti y pa mí, como ese amigo que se acomoda a nuestro lado a cantarnos al oído. Primer tema que es toda una declaración de intenciones del tono en el que se movería la noche que culmina con ese himno que es Insurrección, coronando además un apartado de bises que bien podrían formar un concierto aparte. Desde una divertida versión de La bamba de Ritchie Valens a ese otro inolvidable que es su Pájaros de barro, con el que se reencontrara con su público tras dejar El Último de la Fila, pasando por Prefiero el trapecio o Nunca el tiempo es perdido... ¡Entre otras!

No estuvo escueto en bises ni en cercanía. Tan juntito a su público, Manolo, se arrima con su voz limpísima, inmune al paso del tiempo, y regala dos horas y media de concierto que (todo hay que decirlo) comienza con veinte minutos de retraso y el respetable un tanto nervioso ya que los mejores posicionados cruzaron las puertas del recinto a la seis de la tarde.

La Geometría del rayo, su último compacto, el séptimo de estudio desde que hace 20 años iniciara su camino en solitario, copa la mayor parte de una noche en la que el artista logra encoger el abismo entre un escenario y una pista al aire libre. Si el universo se expande, Manolo García tira de la punta, como con las sábanas, y lo pliega, hasta encontrarse con sus entregados seguidores. ¿Cómo? Lanzándose a la brecha. Así, si hace una tentativa cantando en el foso Ardió mi memoria, media hora después, en Un giro teatral, sale de la jaula para ir al encuentro del público de la pista, colarse en la barra, avanzar entre la gente. Y cantar y cantar. De piel a piel. De tú a tú. Con su voz reconocible hasta en el mismo centro de la tierra.

Fragua de los cuatro vientos, con una presentación estremecedora de Olvido Lanza, violín y turbante, sensualidad y disciplina; Por respirarJunto a tiHumo de abrojos, con la energía totalmente arriba… Los 6.000 parroquianos cantan, saltan, graban (graban mucho, ya hay quien paga por ver un concierto a través de su propia pantalla). Disfrutan. García, 63 años en agosto, al frente del jaleo. Instigador de los gritos, de los saltos (en Pan de oro no se corta). Chorreando antes y después del cambio de camisa.

Hay tiempo para reconocerle el amor que le profesa Cádiz, las muestras de cariño que ha recibido estos días por sus calles. «Amo a Cádiz». Y no es ojana. Los gaditanos lo sabemos. «¡Manolo, Manolo!», ruge el Muelle en respuesta, al igual que no se reprime el «¡esto es Cai y aquí hay que mamar!» cuando García presenta a nuestro paisano de La Línea de la Concepción Juan Carlos García, músico que lleva con el catalán 37 años y que está al frente de los teclados.

Sin que sepas de mí, Con los hombres azules (antecedida con un guiño a Triana al entonar los primeros versos de Recuerdos de una noche), Los cítricos amantes, Irma, dulce Irma, Rueda rodaré (con su hermana, Carmen García), Arden los fuegos… Y A San Fernando… El estallido de los coros, de esa histeria tontona que nos entra a todos cuando suena nuestra canción.

Los músicos (quedan por nombrar, y por alabar, a Charly Sarda (batería), Iñigo Goldaracena (bajo), Ricardo Marín (guitarras y coros), Víctor Iniesta (guitarras) y Mone Teruel (coros) abandonan la escena. También el protagonista de la noche. Los minutitos de rigor y el muestrario abundante de bises.

Manolo parece incombustible. Arde sin cesar, como el rayo, tampoco cesa, dijo el poeta. Manolo de piel a piel. Manolo y su timbre, reconocible entre rugidos.

Fuente: Diario de Cadiz – Tamara Garcia – Foto Joaquin Hernandez – ENLACE