Lamentablemente se sabe, lo sabemos todos aunque hagamos oídos sordos; es una evidencia científica. Lo que resulta realmente sorprende es la continuada falta de reacción y compromiso serio de los grandes mandatarios para frenar los peores efectos del cambio climático. El futuro de todos está en sus manos pero parece que los dirigentes mundiales siguen optando por favorecer los intereses de unos pocos; por ejemplo, de las grandes empresas que se encargan de explotar las energías fósiles.
Este domingo están convocadas marchas en más de un millar de ciudades para exigir a los gobiernos que se salga de la cumbre de París con un acuerdo, una transición hacia un modelo de energías renovables. Y podría ser muy diferente si en vez de miles acudiesen millones de personas.
Es asombroso cómo, ante la convocatoria de cualquier acontecimiento deportivo, por ejemplo, acuden multitudes. La atención de buena parte del planeta está puesta en los partidos de fútbol, los nuevos estrenos de sagas cinematográficas o el último modelo de algún móvil. Cuán diferente ha sido hasta ahora la respuesta a las convocatorias de años anteriores para exigir actuaciones al cuerpo político mundial. El año pasado en Nueva York, por ejemplo, ante una convocatoria similar a la de hoy, acudieron unas 250.000 personas. La cifra parece estupenda pero en realidad es apenas nada, si tenemos en cuenta que el área metropolitana de Nueva York da cobijo a más de veintitrés millones de personas.
La magnitud del problema es tal que sólo saliendo a la calle cuando se requiere habrá posibilidades de que la clase política internacional empiece a adoptar medidas serias. Es inaudito que algunos hablen de intentar empezar a bajar las emisiones contaminantes a partir de 2020. Es inaudito, inquietante, peligroso y triste. Da para una reflexión extensa sobre la condición humana. Vistos los resultados de las cumbres anteriores, da la sensación de que los políticos están cediendo, por ejemplo, ante la intención clarísima de las petroleras de seguir con su gran negocio mientras quede petróleo bajo el suelo.
¿A qué esperamos para cambiar de modelos energéticos? Sabemos que es técnicamente viable y de hecho, una reconversión de tal envergadura conlleva una ingente actividad económica. ¿Por qué no podemos acometer este intento en el que tanto nos jugamos? Las evidencias están al alcance de todo el mundo. El discurso que se divulgó hace unos años, de que hasta el año 2100 los cambios serían muy lentos y que había tiempo todavía, ha cambiado radicalmente. Estamos hablando de muy pocas décadas y se acaba el tiempo de reacción.
Mientras, parecemos anestesiados. Como si todo lo que pudiéramos hacer se redujese a recoger los envases, reciclar el plástico y llevar las pilas donde toca. Parece que estamos en el buen camino porque nos inducen a pensar que es conveniente reciclar y usar menos bolsas de plástico en los supermercados. O cerrar el grifo cuando te duchas. Todo eso está muy bien pero es maquillaje. Simples capas de maquillaje sobre una herida descomunal que ya ha empezado a supurar. Si la temperatura del planeta aumenta esos dos o tres grados por no cambiar los modelos de energía, de poco servirá cerrar el grifo mientras nos enjabonamos.
Todo esto parece el guión perfecto para una película de ciencia ficción pero lamentablemente es real. ¿Es posible que para que quinientas o mil personas de todo el mundo agranden sus cuentas bancarias hasta límites insospechados tengamos que llegar a una crisis medioambiental de consecuencias insospechadas? ¿Tan ciegos están los mandatarios que no son conscientes de la situación? Claro que lo son. Pero aquel viejo dicho de unos por otros, la casa sin barrer, nos puede llevar a otro viejo dicho, en este caso brutal: entre todos la mataron y ella sola se murió.
Fuente: El Huffington Post – ENLACE