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Manolo García, Granada 21.04.2018, por Jose Lucena

Granada 21.04.18
 
Granada guarda en el corazón del Albaicín, junto a las vistas de la alhambra y los ecos sordos de los pasos de Lorca, la devoción intacta por el Sr. García. El 21 de abril, el auditorio abrió sus puertas, puntual. Una cita anunciada y agotada; las dos mil localidades bailaron a un ritmo frenético en las pasarelas de venta. La entrada fue guardada como el más secreto e íntimo tesoro. Los días cayeron inertes desprendidos por su peso y la rutina, hojas del árbol que ríe. Las letras de barroca y encendida pasión rondado a cada minuto, esquivas, furtivas hasta que, de manera natural, balbuceantes y erróneas al principio, pero seguras y enraizadas después, treparon desde ese pozo frio que alimenta nuestra sed. Ya las tengo, las atesoro. Joyas de aire y pasión.
 
Todo preparado, el corazón presto y la piel al servicio de la llamada interior.
 
Las voces, las palmas, la algarabía que habita cualquier inicio de concierto corrían alegres entre las butacas del auditorio; chocaban con las pupilas brillantes, se sumergía alegres en las gargantas. El día había llegado. Era la hora. A las 21:30 las puertas laterales del recinto se abrieron decididas y la silueta enérgica y decidida de Manolo concentró todas las miradas, todas las esperas.
 
“El frío de la noche”, íntima y próxima fue sembrando sonrisas. ¿Qué puedo hacer a dónde ir?, ¿Cómo subir a la montaña santa? García tendió su mano con forma de voz y nos embarcó en su aventura hacía la belleza.
 
“Por respirar” germinó el suspiro y la complicidad. Uno de los secretos peor guardados de cualquiera de aquellos a los que nos gusta esta música, una muleta en los días grises, una contraseña cantada.
 
“Humo de abrojos” para desatar la euforia. El maestro va transformándose poco a poco en sus canciones, hay más de espíritu libre y palabra que de limitada carne.
 
Un atuendo cómodo, un sofá que deambula a golpe de impulso sobre el escenario y lealtad, lealtad a su público y al verso que se ancla en cada cuadro pintado con letras sobre una partitura. Olvido y su violín, conjurando el alma en cada estrofa y “Ardió mi memoria” calcinando toda palabra y la necesidad de pedir que se detenga el tiempo, aquí, ahora mismo, ya, donde el verso habita.
 
Los temas están escogidos con el acierto del artesano. Las piezas de este orgánico y vital puzle van encajando para darnos vida. “Un giro teatral” y no, ya no quedan silencios en la sala. Iniesta, enhebrado de cuerdas y palosanto, emerge de su diálogo interior con la música para darle paso a Manolo en un “Alma de Papel”. La noche se hace pequeña y solitaria y la guitarra cruza paisajes que sólo pudimos soñar. El poeta desbravado y sin medir el roto clava espuelas de soneto.
La esperada visita de Carmen. Chispeante y acogedora, acogedora y acogida. Un fragmento familiar que levanta la admiración y el cariño sincero de un público de naturaleza exigente y corazón noble. “Ruedo, Rodaré” y si caigo, me levantaré, porque en mi voluntad están todos los posibles futuros.
 
“Nunca es tarde” aparece en el horizonte y desata la satisfacción del público que repite sin errores esta declaración de intenciones. Una nueva consigna que debería estudiarse junto a los buenos modales o a las obras de Dalí y a esos los poemas que nos sanan las heridas.
 
“En tu voz”, manantial ternura dulce e inasible. Con la cadencia exacta, sincronizando la invisible energía que nos une. El silencio cayó desarmado ante una belleza sobrecogedora. Se abre un cielo en el que las fugaces estrellas hablan de deseos al alcance. García ciega con este tema. El corazón habla a su ritmo y el espíritu, libre y travieso, se eleva, se eleva en cada tonada. Se derrama en el palco de butacas y envuelve con delicado tacto. Los coros de Juan Carlos, perfectos y acomodados, material dúctil de los orfebres, se engarzan a los recodos de Manolo. Termina sobre las teclas, profunda y reverberante y se anuda a “Quiero esa Pasión,” como una necesidad, para que el alma paza en prados que sólo existen en la calma. Y ese violín que hiere en cada nota y esa voz que hambrienta devora el sentimiento.
 
Llega el momento de “Sin llaves”. La guitarra de Ricardo mece otra época, se levantan las olas del recuerdo y restalla la sala entre la emoción y la certeza, va llegando la temida hora de despertar. Vuelan pájaros de papel por la sala con alas de Set List y pensamos que estamos en casa, a resguardo, a la plácida luz de un universo real e imprescindible, a la verdad de cada uno de esos temas.
 
Mone; alfombra, completa, arropa con cada tonada y siembra contagiosas sonrisas. Charlie se hace dueño de los truenos y Goldaracena elegante, como todos los bajos, pasea por sus cinco cuerdas de grave tono. Olvido nos desvela su otro nombre: Danza, y asistimos a la más vigorosa y emotiva versión de “Contigo me quedaría”.
 
¡Que no termine la fiesta, que se me encoge el alma!
 
La importancia del arte. La necesidad de alimentar los adentros. Lla emoción que reclama a la piel su pleitesía. Eso es a lo que asistimos el pasado sábado. Para aquellos que ven imágenes en lo cotidiana que hacen la vida más bella, más intensa, menos gris y monótona. Para aquellos que se dejan herir ,una y otra vez, por cada tema de este inconmensurable nuevo trabajo del Sr. García.
 
Para aquellos que saben que “no hay mejor guía que el tenue brillo de las estrellas”.
 
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