La panacea digital

QUIMI PORTET: «La gente quiere bajarse discos en tres minutos, y para eso hay que comprimir» – El acceso a la música es rápido e ingente, pero ¿cómo afecta eso a su calidad sonora?

La inesperada disertación-arenga comercial de Neil Young realizada a mediados del pasado mes en Austin tenía como objetivo principal recaudar fondos para que uno de sus sueños se convierta en realidad: poder escuchar la música digital con la excelencia que se le presupone. El legendario músico, que mantiene su aspecto campestre, obtuvo en un pispás más de un millón de euros para que su artefacto reproductor, bautizado Pono, sea realidad en un futuro aún no determinado. En una posterior entrevista en The New York Times, el glorioso autor de Zuma o de Harvest aseguró que “cuando escuchas música actualmente apenas disfrutas del cinco por ciento de la calidad original de la pieza”.

Esta voz de alarma, de advertencia, ha planteado una cuestión que desde hace años planea sobre el mundo de la música, especialmente de la popular: la introducción de la música digital fue vista en su día como una panacea, sobre todo por su movilidad, capacidad de almacenamiento y, en teoría, impecable sonido. La principal manifestación práctica fue la suplantación del vinilo por el disco compacto y, posteriormente, por otrosynumerosos formatos de consumo. Uno podría establece tres puntos de partida a esta cuestión: la música prácticamente está disponible para todos y en todos los sitios gracias a servicios como Spotify o iTunes; para que ello sea posible se somete la música a una compresión a fin de poder ser compartida en internet, y por último está la manera en que se escucha esa música, es decir, los equipos, los altavoces, los auriculares…

Quimi Portet, además de compositor, guitarrista y cantante, es curtido productor de variado pelaje estilístico. “La música digital puede sonar muy bien, pero estamos hablando de transportar por internet archivos muy grandes, que no hay problema si los llevas en un disco duro o en un CD, pero que por la red viajarían de forma muy lenta. ¿Qué pasa? Lo que la gente quiere es bajarse su disco favorito en tres o cuatro minutos, y para eso tienes que comprimirlo mucho”.

También muy bregado es el músico y productor argentino Marcelo Frajmowicz, con discográfica propiaymuy introducido en programas televisivos: “Suena a tópico, pero es una cuestión de cantidad y de calidad. La calidad de la música que tú puedes hacer suele ser inversamente proporcional a la calidad del reproductor en que el aficionado medio va a escucharla: por ejemplo, tienes unDVDde un concierto de la mejor sinfónica del mundo y grabado con el mejor equipo audiovisual, pero lo reproduces en los altavoces de tu ordenador. La calidad es nefasta”. Parece tratarse de una situación problemática, atribuible, como sostienen muchos, a la ley de la oferta y la demanda. Dice Frajmowicz: “Si lo que quiere el consumidor es tener mucha música a su alcance y a una velocidad casi instantánea, hay que sacrificar la calidad de ese consumo”.

De la vieja escuela se considera Miqui Puig, popular músico (con Los Sencillos y en solitario), dj, productor y comunicador televisivo. “Creo que ahora ya hay un consumo menos compulsivo de música digital que el que hubo en los noventa. El aficionado con criterio antes se lo bajaba todo, y desde hace unos cinco años quizás sea más selectivo. Lo cual no quita que a mí me duelan los oídos con la calidad del sonido digital”. Pero lo afronta con realismo, cuando reconoce: “Hoy por hoy, el gran consumidor musical no va más allá de Spotify, y todo lo demás lo ve como algo extraño; luego estamos los melómanos y, finalmente, los que hacen el business… y acabas viendo que lo único que ha cambiado con este debate de digital o analógico es la forma que adopta la transacción económica para consumir rock’n’roll”.

Ricard Robles, miembro del triunvirato que dirige los designios del Sónar –una especie de símbolo en sí mismo de la música y la cultura digitales–, se inclina por el optimismo. “Aparte de la cuestión de si la calidad del sonido analógico es superior al digital, creo que todo son ventajas en el escenario digital. La comunicación entre consumidor y creador es ahora mayor y más fácil. El artista puede elegir la formaen que quiere poner su música a disposición del aficionado, del consumidor sonoro. Este tiene ahora un acceso enorme a la música, aunque quizás se echen de menos algunas costumbres como contar con prescriptores, tarea que ejercían algunas tiendas de discos. Digamos que en ese aspecto, las cosas se han deshumanizado, porque se pierde el contacto físico”. Todo ello no quita que “en algunos formatos, como el mp3 , y por el tipo de compresión que emplea, el oyente acaba imaginando cómo debe de sonar en el original la composición. Pero esta visión no puede subvertir la trascendencia de la música digital”.

Marçal Lladó, corresponsable de la discográfica indie Bankrobber, no tiene tantos miramientos cuando confiesa: “Lo realmente importante es la universalidad, que la música llegue a todas partes: el cómo lo consigas nos importa bastante poco”. Aun así considera que “en general la música digital que se sirve en el mercado discográfico es de una calidad más que aceptable”.

La reivindicación de la música analógica, de la grabación a la vieja usanza, y el relativo auge del vinilo, ¿aparecen como reacción a ese universo digital que para parte del aficionado es decepcionante? Según Robles, “los que se aferran a lo analógico lo hacen más bien por opción artística, y es cierto que hay un circuito del vinilo. En el mundo de la clásica aún rige con fuerza pero, por ejemplo, los dj han abandonado masivamente el vinilo por comodidad, por la fiabilidad que les da lo digital y porque hoy existen unos softwares que generan unas posibilidades creativas inmensas: el dj compone en directo con sus aparatos”. Aun así, el periodista y promotor confiesa que “hay un consenso entre la gente más cualificada de que el sonido del vinilo es el mejor, pero es cuestión de tiempo que tecnológicamente ambos formatos se equiparen en calidad”.

Portet sigue apostando por el realismo y lamemoria. “La aparición del disco compacto la vi como una bendición, porque al fin desaparecieron los ruidos de los surcos de los elepés de vinilo. La tecnología irá avanzando y dentro de pocos años veremos archivos muy pequeñitos con una calidad de sonido prácticamente idéntica a la del original. Creo que hay muchos tipos de consumidores, y el que podríamos considerar medio, no es puñetero, es decir, que prefiere sacrificar calidad por comodidad”.

Carles Sanjosé, arquitecto, músico y líder del grupo Sanjosex, es esclarecedor cuando reflexiona que “el problema no es el producto, sino el reproductor; el tema es que hoy día un disco tiene que sonar tanto en un tuit, como en un altavoz así de minúsculo, o en un auricular o en un cachoequipo: necesitas un sonido que te funcione en todos estos sitios, algo imposible. El problema no es el archivo wav [formato de audio digital normalmente sin compresión de datos]; el problema, insisto, es el reproductor”.

La solución, además de en los auriculares, equipos o altavoces, quizás esté en un paso previo. Lo sugiere Marcelo Frajmowicz al decir que “cada sistema tiene sus cosas. El sonido analógico es cálidoyprofundo, y eso se nota cuando grabas en la cinta, que es un soporte magnético. Lo digital genera una grabación sin ningún tipo de matiz y sin agregar calidad a la factura del sonido. Pero es un formato que permite una apertura muy bestia y puedes hacer con la música muchísimas más cosas”. También lo ve así Miqui Puig, quien se adscribe a la escuela Stereolab, grupo de los noventa que combinaba instrumentos analógicos y vintage con ordenadores: “La convivencia de los dos mundos es viable”.

Pero quizás uno se quede con Marçal Lladó cuando sentencia que “trabajar en analógico no es una garantía, es una opción estética; no tiene por qué ser mejor o peor, lo vives de otra forma”.

Fuente: La Vanguardia – Edic. Impresa 7/4/14