MG: Entrevista en Clarín; El extranjero: Manolo García

Ex integrante de El último de la fila. Vino a la Argentina para promocionar su carrera solista. La historia de un músico que se hizo bien de abajo y nunca miró atrás.

Manolo García entra a la oficina de la discográfica con un libro sobre la Campaña del Desierto bajo el brazo. «La historia del norte la conocemos de las películas, pero el exterminio que hicieron con los indios en el sur no lo conoce nadie», dice y el detalle es su carta de presentación. Cantautor español del `55, ex miembro de El último de la fila, grupo que dio entidad y sustento para su exitosa carrera solista que lleva ya más de doce años y 30 Discos de Platino. Antes, fue punk, tuvo un par de bandas que no tuvieron más éxito que el que da la experiencia de equivocarse y fracasar artísticamente. La vida premió su esfuerzo dándole un final feliz a su historia. Una carrera forjada en base de tenacidad que dan los sueños valientes.

«Mi historia con la música nace como una revelación mística a un niño. Cuando tenía doce años escuché Perro negro de Led Zeppelin y decidí que quería ser músico. Mis padres trabajaban en el campo de sol a sol por la comida, al sur de Barcelona, eran gente muy humilde. Mi madre aún no sabe escribir», cuenta. Paso siguiente, abandonó el colegio a los 14 años y comenzó una travesía de múltiples trabajos que comenzó como aprendiz de carpintero y siguió con cualquier cosa que le permitiera sostener su carrera artística. Aprendió a tocar de oído con temas de Creedence y los Rolling Stones, mientras se ganaba la vida dando shows en fiestas de casamientos y demás con un grupo de amigos.

Llegó un día que sintió que había cumplido su aprendizaje, y luego de hacer el servicio militar obligatorio -«cosa que detesté», comenta-, decidió formar su primer banda profesionalmente: con discos, shows y contrato. «Cantante y compositor busca banda», publicó en el diario. Un uruguayo que había sido miembro de Los Mokers fue el primero en contactarlo, y luego un argentino, Sergio Makaroff, que los invitó a sumarse a su proyecto. Fueron unos meses con él, hasta que el deseo de la banda propia fue más fuerte y nacieron Los rápidos. Para promover la banda, iban a EMI a empapelar la discográfica con carteles de su banda para que los ejecutivos conocieran el nombre. Funcionó el truco y firmaron su primer contrato por cinco años. «Fue un fracaso estrepitoso, sólo duró un año», recuerda acerca de su primer banda de «punk rock y nueva ola». Era el tiempo de los Clash y ellos no tenían una sola balada. En la discográfica quisieron ponerles un productor y un letrista y se acabó el contrato.

La independencia artística no era negociable.

A partir de entonces nacieron Los Burros. «Otro estrepitoso fracaso según las compañías de discos -recuerda-, hoy creo que formó parte de un camino muy fructífero que luego dio frutos. Yo veía que nuestro repertorio, a pesar de ser duro, tenía mucho éxito en los shows en vivo». Todo lo que recaudaban Los burros se reinvertía en equipos. Manolo en persona iba con su auto disquería por disquería pidiendo que le dejen poner sus discos en las bateas, radio por radio pidiendo notas, e insistiendo en las discográficas para que los editen. «Me ponía pesado, yo entendía que no podía depender de los demás». En España había acabado la dictadura y la cultura florecía. Eran los primeros ochenta y los presidentes comían con rockeros para dar señales de cambio.

«También nacía el neoliberalismo y aumentaba la competencia. Frente a mis dos primeros fracasos, me ofrecieron ser empleado de una discográfica para ganarme la vida mejor. Les dije que no, que la música era mi pasión y nadie me iba a impedir que tocara», recuerda. Hizo bien en no abandonar el sueño. El éxito estaba a la vuelta de la esquina. Nacía El último de la fila. El nombre era una broma acerca de su propia historia.

«Cada noche es única, es la última», era su lema. Había logrado la madurez artística y al día de salir la banda vendió 20 mil copias. En el segundo disco 300 mil. Lo que cuesta vale y Manolo lo sabe. Tiene una humildad genuina a base de perseverancia y golpes. «Soy un tipo muy agradecido. En un show puedo decir gracias unas cuarenta veces, pasé años viendo por la cortina viendo cuánta gente había», dice.

Tras quince años y siete discos El último de la fila terminó por agotamiento del discurso y nació su carrera solista. Costó, pero fue un éxito.

Grabó en Londres su primer disco, Arena en los bolsillos, y luego siguieron cinco más. Por primera vez era dueño exclusivo de su destino musical. «Nunca quise ser un esclavo del sistema, y hoy soy libre. Libre de pintar, de hacer mi música, el rock es liberación. Me puedo equivocar, pero me produzco yo mismo. Lo importante es mi obra, no yo. Soy un tipo corriente abajo del escenario. Esto es lo que me gustó desde niño. En mi camino solitario perdí ironía y busqué lirismo y poesía. Gané en amplitud musical explorando nuevos sonidos. Hoy por hoy, en esta búsqueda sigo», cierra Manolo, el hombre de la voluntad inquebrantable.

Fuente: Clarin.com – Pedro Irigoyen – ENLACE