Nacha Pop: Ese misterio agridulce

En los albores de la movida, Nacha Pop era una bestia rara. Un grupo compacto, cerrado sobre sí mismo, que no parecía necesitar la muleta de ningún movimiento para establecerse. Ellos disparaban canciones sobre la excitación del momento -Nadie puede parar, alguna referencia en Chica de ayer- pero finalmente sincronizaban con la evolución del rock internacional, marcado por cierto hartazgo con el rock progresivo y la asunción de bastantes planteamientos del pub rock y la new wave. Con su funcionamiento bicéfalo, Nacha Pop cubría una amplia panoplia musical y emocional. De espaldas a la efervescencia social de los ochenta, Antonio Vega y Nacho García Vega exploraban mundos complementarios, más allá de la división entre repertorio introspectivo y propuestas lúdicas que se les atribuía. El sonido se sofisticó e -¿inevitablemente?- se hizo más convencional.

«… El público del rock español no gusta de los cambios, prefiere los grupos y tolera mal su escisión en solistas: Manolo García es de los pocos que superaron ese tabú …»

Fuente: El País – Daniel Verdú.

Sin embargo, no resultó nada convencional que Nacha Pop acabara en 1988, cuando sus compañeros de generación entraban en años de vacas realmente gordas. Un tajo que evitó el desgaste de su imagen y que explica el entusiasmo ante su retorno en 2007, un fervor que -debe decirse- se enfrió ante la profesionalidad de lo ofrecido sobre los escenarios. El público del rock español no gusta de los cambios, prefiere los grupos y tolera mal su escisión en solistas: Manolo García es de los pocos que superaron ese tabú. Antonio Vega poseía extraordinario carisma, alimentado por la reputación de artista atormentado, pero ni siquiera él pudo construir una carrera que aumentara el personal que ya vibraba con Nacha Pop. Sus 20 años en solitario asemejan una montaña rusa, donde lo genial deja paso a lo meramente alimenticio, donde los conciertos con banda alternan con el pilla-el-dinero-y-corre de recitales en clubes pequeños.

Una escucha atenta de sus trabajos en solitario revela que seguramente Antonio no fue el más cómodo ni el más rentable de los cantantes: de ahí los saltos de discográfica y los silencios, esos huecos de cuatro años disimulados con homenajes, directos, recopilaciones. También se advierte que cada vez le costaba más rematar los discos, rellenados con mayor o menor descaro. Ocasionalmente, mostraba destellos cegadores, pero nunca sabremos cómo asumió el deterioro de sus poderes creativos. Siempre tuvo alrededor gardes du corps que le protegían, que le disculpaban, que mantenían la ficción del Genio En Activo. Está en marcha el proceso de beatificación, con tv movie incluida, y poco se puede hacer por establecer la realidad.