Manolo García en Efe Eme: “Lo que importa es la obra, no el autor”

“En la soledad de un bosque es donde soy más feliz”

Este viernes se edita “Geometría del rayo”, el séptimo disco en solitario de Manolo García. Un trabajo que ha grabado en Nueva York y con el que girará por España a partir de abril. Una entrevista de Arancha Moreno.

Manolo García acaba de llegar a Madrid. Dice que en el equipaje lleva más libros que ropa, y nos muestra su lectura de esta noche: un tomo de “Los episodios nacionales” de Benito Pérez Galdós. Ya los leyó tiempo atrás, cuando compartía El Último de la Fila con Quimi Portet. Su relación con el pasado y el presente es curiosa. Se siente hombre de otro tiempo. En lo creativo no mira hacia sus éxitos antiguos, porque prefiere grabar nuevas canciones, pero en lo personal sí tiene un vínculo muy intenso con el niño que fue, con los veranos de su infancia en el campo. Conecta más con esa vida que con la modernidad que nos absorbe. A Manolo, desde niño, le gusta construirse su propio escenario allá donde esté. Quizá por eso ha conseguido abrirse un camino creativo en un barrio obrero, en una casa completamente alejada del entorno artístico. Disfruta leyendo, escuchando, componiendo, escribiendo, pintando. Se divierte imaginando otros mundos y dándoles forma de canción, como hace en su séptimo álbum solista, “Geometría del rayo” (Sony). Esa es su fórmula mágica, aferrarse a la creación para escapar de la sordidez de la vida. Y así también es como conversa: dibujando trazos con sus palabras y llevándonos hasta esos mundos suyos.

 

¿Es cierto que tu primera actuación fue a los seis años y que te desmayaste en el escenario?
En el colegio había un coro religioso. Yo no estaba en un colegio de curas, pero la religión era una asignatura importante en los 60, 70. Era franquista total. En la clase teníamos la foto de Jose Antonio, la de Franco, la Virgen y Cristo. Jose Antonio y Franco eran unos señores raros que me daban un poco de yuyu, pero yo era muy devoto de Jesucristo y la Virgen, pensaba que eran buenas personas. Los sábados había que ir al cole a rezar el rosario, obligatorio. El cura organizó el coro, y a mí me puso delante, porque tengo tesitura para subir alto y también grave. Nos llevaron a un teatro que se llamaba “Centro moral y cultural”. Los focos, cantar, la emoción… Me acuerdo que hacía calor. ¿Sabes esos recuerdos que tienes de niño, de un chispazo? No te acuerdas de nada, pero recuerdo que estábamos cantando ‘Rosa d’abril’, y tuve un vahído. Pensé: esto mola, esto me interesa.

 

Tenías que matizar un poco el repertorio, eso sí.
Exacto. Recuerdo de una manera muy precoz pensar: “Yo voy a ser músico y pintor”. Y tenía once años. Ya sabía lo que era afinar. Oía las canciones en la radio y las cantaba. Yo vivía en la planta baja, en un pequeño pasaje, éramos gente pobre, pobre de no tener agua corriente en casa, íbamos a buscarla a la fuente. El barrio era una corrala de vecinos, y los vecinos me decían: “Mira, Manolín como canta. ¡Canta otra vez esa!”. Yo imitaba a Antonio Molina, cantaba el ‘Soy minero’. Ahí empecé a darme cuenta de que tenía voz.

 

En esa época, de casas abiertas, no había demasiadas paredes.
Eran unas corralas, chabolas, las puertas estaban abiertas, unas cortinas para el verano, para las moscas. Las vecinas salían a la fresca en verano, desgranaban guisantes. Los hombres jugaban a las cartas en camiseta. Esa imagen de la España sesentera. Era un mundo un poco asalvajado, pero era la felicidad. Todo el mundo trabajaba en la industria pesada, en metalurgia.

 

Tu padre también, ¿verdad?
Sí, eran personas venidas del sur, gente del campo, peones. No sabían ni leer ni escribir. Mi padre aprendió las cuatro reglas para defenderse leyendo, sumando y restando. Mi madre, que vive, gracias a Dios, no sabe leer. No ha leído un libro en su vida, pero es una persona luminosa. Mi padre igual. La sabiduría que tenían la llevaban puesta del ambiente donde habían crecido, gente pobre, trabajadora. En ese ambiente fui dándome cuenta de que yo iba a cantar. Hace un par de años, una de mis tías me dijo que mi abuelo Basiliso cantaba de maravilla cuando iba a segar. ¡No tenía ni idea! Por cada cinco hombres se llevaban una mula, toallas, comida, jamón, queso, morcillas de la matanza que hacían, cántaras de agua. No había máquinas, iban cuadrillas de segadores. Subían una semana por un duro, y dormían en el suelo, en el serón, que era de esparto, que llevaban los burros. Mi tía dice que sus compañeros le decían que cantase, estaban maravillados. Y me he enterado hace dos años de eso.

 

Vaya sorpresa. Por el dibujo que estás haciendo de tu infancia, de tu familia, las inquietudes artísticas fueron cosa tuya. Siendo una familia humilde, ¿cómo accedías a la música?
Teníamos una radio y yo estaba fascinado. Salía del colegio y me iba corriendo a casa para oír el cuento de las doce, y a las ocho y media igual. Cuando tenía 13 o 14 años, en el bar de la calle donde vivía compraron un tocadiscos, y para alegría de todo el barrio, pusieron los altavoces colgados en dos verjas de hierro y sonaba en la calle. Ponían Antonio Molina, canción española. No había tiendas de discos, pero había una papelería, y allí había una cajita de cartón con singles. Queríamos que el del bar los pusiera, estaban todos los peludos: los Kinks, los Beatles. Empezábamos a juntar dinero entre cuatro o cinco y comprábamos alguno, y se lo llevábamos al del bar y le decíamos que los pusiera. “¡Esto no lo pongo yo! ¡Parece que les están dando una paliza!”.

 

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“Cuando estoy trabajando en los discos me cambia la cara, soy feliz cuando suenan las guitarras, cuando escribo algo y lo canto. Eso es poesía”

 

Dando un salto hasta el presente, y hasta el disco que nos ha traído aquí, ¿qué significa “Geometría del rayo”? Es un título precioso, muy visible.
Me permito una licencia poética. Yo busco poesía en todos sitios, en todos los momentos. Cuando vengo en el taxi miro los árboles. He visto ahora un sauce llorón que ya está empezando a tirar verdecito, y me he quedado absorto en el semáforo. Qué imagen más bonita. A mi manera yo he intentado poetizar mi vida. No me resigno a ser un ciudadano que se limita a vivir una vida moderna, me gusta pensar en Lord Byron. Me hubiera gustado conocerle, estar con él en las guerras en Grecia, con Mary Shelley. Yo vivo en ese planeta mío, que me he formado a través de mis lecturas, mis sueños. Sigo ahí. No soy un hombre Peter Pan, soy un hombre de mi edad, pero me gusta mucho jugar, no perder la sonrisa. Soy serio en mi trabajo, en mi pretensión de hacer las cosas lo mejor posible, pero no voy moviendo las fichas de una manera oscura, las muevo con una luz. Cuando estoy trabajando en los discos me cambia la cara, soy feliz cuando suenan las guitarras, cuando escribo algo y lo canto. Eso es poesía. El resto es tan pesadamente prosaico que mi obligación es correr en otra dirección, soportar lo justo esa parte, pero lo demás, paso de todo. Voy a mi mundo, no al vuestro.

 

Entonces, aunque vives en una ciudad moderna y cosmopolita, como Barcelona, creas tu propio escenario en casa, y vives bastante al margen de las costumbres del siglo XXI.
Sí, absolutamente. Me gusta ir contracorriente. No me ha hecho gracia nunca aceptar lo que me ofrecen y apuntarme al bombardeo. Voy solo, pero da igual, voy conmigo mismo. Nunca me peleo conmigo. Como dije una vez en otra entrevista, si me peleara conmigo podría llegar a perder. Como no quiero perder, no me peleo, estoy confortablemente instalado en mí. Hago canciones, pinto cuadros, y pienso cada mañana: “¡Qué guay! Otro nuevo día para poder hacer más canciones, soltar mis tonterías, pintar mis chorradas… a ver si hace sol, y si llueve también está bien”. Estoy magnificando algo que es tan sencillo como levantarte y tomarte un café con el camarero de tu barrio.

 

Tu vida es un lienzo nuevo cada mañana.
Sí, absolutamente. Para mí estar aquí es un lienzo nuevo. Es el instante, no hay nada más. Lo sabemos.

Antes hablabas de poetizar la vida. Es curioso, porque en todos tus discos vas plasmando palabras que están casi en desuso. ¿Son palabras que sueles usar, o leer, o lo haces para reivindicar el cuidado y el lucimiento del lenguaje?
Un punto de vacile hay, y me gusta. Hay gente que vacila con su ropa, con su tupé. Yo no lo hago, pero con mis palabrejas hay un punto de lucirme como puedo, pero voy más allá, nunca he sido pedante. En el mundo actual todo tiende a ser pequeño, y las alas del pensamiento vuelan menos. Las palabras le dan más alas a las ideas. Estamos “inglesizando” el idioma, no me parece bien ni mal, somos hijos de nuestro tiempo. “Ditirambo”: dile a una señorita que le vas a escribir un poema hacia tu bellísima persona. “Henil”. ¿Quién no se ha revolcado en un pueblo de Castilla, de Andalucía, en verano, en el sitio donde guardan la paja para los animales, o se ha dado un revolcón con una amiguita? Ahora ya no hay heniles, pero sí que hay heno.

 

“Si en el henil torcaces viera, componer ditirambos en tu honor”. Son palabras de tu nuevo single, ‘Nunca es tarde’. Habrá quien no haya oído nunca eso de “henil”.
Pues que la conozca. A lo mejor eso le hace irse de vacaciones a Asturias y es feliz. Con el guay, tronco y mola funcionamos, pero estamos disfrutando menos de la vida.

 

Se pierden muchos matices.
Por eso lo hago. Y porque amo la lengua. Me da envidia la gente que habla cinco idiomas, el que lee a Dylan bien. Soy fan de la lengua castellana. Soy catalán y no lo hablo bien, pero cuando voy descubriendo palabras catalanas antiguas, evocadoras, me fascina. El cerebro pide pista. Cuando lees a Quevedo, a Lope de Vega… el que lee a Shakespeare en inglés debe ser una gozada, yo con mi magro inglés poco puedo hacer, pero sí puedo leer a Cervantes. Es un viaje. Eso es lo que busco, el viaje.

 

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“A veces, para no sentir repugnancia de mi aburguesamiento, hago curas de austeridad”

 

En tus canciones hay muchas palabras asociadas al campo: al margen del henil, las torcaces y el vergel de ‘Nunca es tarde’, mencionas los laureles en el tema ‘En tu voz’. Eres un poeta de lo rural, un poeta costumbrista. ¿Te identificas con esa idea?
Sí, esa ha sido mi patria más importante. Todos tenemos varias patrias. Una patria es un amigo del alma, una persona a la que amas, un padre con el que tienes una relación de mucha cohesión… son patrias a las que te agarras para no desparramarte en este sinsentido de la vida nuestra, vertiginosa. Ese mundo mío de infancia, cuando iba los veranos al pueblo, era una liberación. En el barrio te volvías un golfete, el canalleo infantil, pero no dejaba de ser una vida industrial, todo eran fábricas, sirenas llamando a los hombres. Yo le llevaba a mi padre un cestillo con el típico trapito de cuadros con la comida. Él tendría 29 años, era un chaval, y eran unos tíos trabajando durísimo y jugándose la vida, en altos hornos, hacían vagones y raíles de tren. Decía: “Guau, esto es el infierno”. El colegio empezaba en octubre, y me había zampado cuatro meses de libertad: campo, burros, cerdos, gallinas… las casas de los pueblos a los que estoy aludiendo no había cuarto de baño. Dos calles más allá había unos barrancos donde echaban todas las porquerías. Todo eso se me ha quedado para siempre: mi abuelo, la noche, las acequias, regar, las azadas. El combustible para cocinar o para lavarse era leña, había que ir al monte con un hacha que todavía tengo, la guardo como oro en paño. Eso me ha formado y me ha dejado tarumba, como soy yo a día de hoy.

 

Es tu particular Macondo, como le pasaba a Gabriel García Márquez.
Exacto. Me he quedado así, y estoy muy contento de haberme quedado así. No necesito estar a la última, en el Madrid más guay, ni en el Barcelona más guay. Yo, en la soledad de un bosque es donde estoy más feliz. En el Cabo de Gata en enero es donde soy más feliz. En los desiertos de Almería. Ahora, en primavera, caen dos gotas y en dos horas el desierto florece. Dura tres días. Esas cosas me interesan a mí.

 

 

Generalmente nos pasamos la vida pensando en cosas a las que no tenemos acceso, y tú te paras a mirar el paisaje, al que todos tenemos acceso, donde todos podríamos mirar.
Yo hago un deporte muy raro, lo digo en una canción, pero es verdad. Recojo piedras para pintarlas. Pinto piedras y troncos. Voy a un lugar donde veo un par de troncos que me gustan, los meto en el coche y me los llevo a Barcelona. Los pongo en la mesa donde pinto y me tiro tres días pintando el tronco.

 

Tus canciones son parte del paisaje de la calle. Si caminas escuchándolas, puedes ver las mismas escenas que estás cantando.
Sí, yo no me quiero resignar a sufrir de una manera lacerante. Estamos muy machacados, nos tienen muy engañados, son muy mentirosos para su beneficio. Nos montan unos líos que podríamos ahorrarnos. Veo tanta desigualdad, tanta mala gestión, tanta palabrería hueca, tantos intereses, tanta falsedad, que tengo que curarme de ese malestar. No es que me vaya y reniegue, no, sigo aquí como todo el mundo, pago mis impuestos. Voy, voto, sueño con un mundo mejor, tengo mis ideas de cómo el mundo sería mejor: equidad.

 

O como cantas en ‘La gran regla de la sabiduría’: necesitar menos.
Gastar menos… Yo viví el mayo del 68, era muy crío, pero fui consciente. En esa idea me he criado, en esa idea de austeridad sigo. No vivo en un tonel como Diogénes, vestido con un saco y una cuerda, soy un burgués, pero a veces, para no sentir repugnancia de ese aburguesamiento mío, hago curas de austeridad, sencillas.

 

¿Por ejemplo?
No consumir. He tardado años en tener una tableta, y la compré para hacer canciones. Siempre estoy en sitios remotos, salgo del coche y me voy a una montaña a estar ahí, todo el día yo solo. Antes grababa, pero un amigo me dijo que estaba en el paleolítico. Yo soy muy reacio a hacer lo que hacen los demás, siempre lo he sido. Guardo ideas en la tableta, caminando se me ocurren ideas. Esa búsqueda de sentir la plenitud de la vida, que los días van pasando pero bien pasados. Hay una canción en la que digo: “Me gustas porque sabes vivir un poco cada día”. A veces pasan días que no hemos vivido. No hemos ni malvivido. Por favor, vivid cada día.

 

Ahora que hablas de trabajar en movimiento, ¿sueles trabajar más la composición fuera, o en casa?
En casa. Lo que hago fuera son bocetos, dos acordes, una melodía, frases… a veces estoy en un bar, no llevo nada, la típica historia: pido una servilleta y un lápiz, porque a mí me gusta escribir a lápiz. Y uso plumilla y tintero, me encanta.

 

¡En el bar no creo que tengan tintero!
Eso en casa, pero siempre llevo un boli pequeñito, una libreta. Siempre escribo del tirón. A veces es un martillazo, lo leo al día siguiente y lo rompo, o veo que tengo una canción, cambio alguna palabra, alguna frase… y voy retocando. No hago los discos con prisa, gracias a dios tengo una carrera y no quiero batir ningún récord, no soy deportista. Retoco mucho. Todos mis papeles tienen tachones, palabras, trozos enteros.

 

O sea, que tú no escribes apresuradamente, convives bastante tiempo con las canciones que vas creando.
Este disco lo he hecho durante dos años. Hay semanas que ni cojo la guitarra, soy feliz con otras cosas. No tengo la enfermedad del escenario, me gusta, pero me gustan tantas cosas… estoy deseando que lleguen las giras porque me encantan, pero luego estoy deseando que acaben para hacer otras cosas. Las giras me encantan, con mi grupo me río mucho, es gente muy alegre. Pero cuando está acabándose la gira empieza a entrarte la morriña, y no pasa nada: ya tengo una movida pensada. Quiero hacer cosas, ser feliz cada día un ratito. Un día vas en el metro, alguien te hace un guiño y ya has vivido un instante. Eso nos lo llevamos al saco.

 

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“No tengo la enfermedad del escenario”

 

En tu “saco” ya hay dieciocho discos, incluidos los de tus etapas con Los Burros, Los Rápidos y El Último de la Fila, y siete discos de estudio en solitario. ¿Qué da más vértigo: mirar atrás o hacia delante?
No me da vértigo mirar hacia atrás porque no miro hacia atrás, me hace ilusión mirar hacia delante. Si mirase hacia atrás, de una manera no consciente estaría jubilándome. Pero yo estoy pensando en el siguiente disco, señal de que no me voy a jubilar. Mientras hay más ilusiones que recuerdos, mientras miras más hacia los proyectos de futuro que hacia los recuerdos, vas de puta madre.

 

Hablando de tiempos pasados, Quimi Portet también edita disco próximamente. ¿Echas de menos compartir un proyecto con alguien, o estás bien solo?
Mi padre decía: “Manuel, en la vida hay un momento para cada cosa, y cada cosa tiene su momento”. Lo metí en una canción. Eso ya pasó, estuvo muy bien pero ya está hecho. Me encuentro muy bien con lo que tengo, no me apetece formar parte de un colectivo de creación. En pintura lo he hecho, pero en lo musical no. Esas etapas de banda de rock ya la viví, con veinte, con treinta… Fuimos un grupo y acabamos siendo un dúo. Es ley de vida. La tarea de crear es una tarea muy íntima, compartir es muy difícil. Esa etapa ya la he hecho, la he disfrutado, he sacado partido de todo eso, supongo que otros habrán aprendido cosas de mí, yo he aprendido mucho de otros, pero ahora estoy muy contento así. Ese es mi destino: trabajar en solitario.

 

En el disco anterior había una canción dedicada a Bowie. Un agradecimiento casi premonitorio, porque murió dos años después. ¿Cómo te influyó?
Me ha influido la música de los 70. Bowie ha sido un artista enorme ha dejado una obra magnífica de música popular, pero no solo él. No soy mitómano. La música de los 70 marcó a mi generación, a la gente que teníamos afición por el rock: Queen, los Kinks, los Rolling, Fletwood Mac… música que nos ha marcado y que nos ha hecho como somos, nos ha dado herramientas para trabajar. Yo no copio ni plagio, mi amor propio y mi ética me lo impiden, pero de todo lo que he oído hay influencias. A mí me encantaba la música anglosajona, pero la de aquí también. King Crimson me fascinó de jovencito, Pink Floyd… pero descubro a Triana, un grupo que canta en castellano, y te enamoras de esas bandas que hablan en tu lengua. Tenía dos apartados de vinilos: por un lado, la española, por otro, los Kinks, la discografía americana e inglesa. Me gustaba más la americana, en suma, el rock sureño. Te puede chocar, porque no sueno tan rockero, pero son mis gustos.

 

Sí encuentro mucha electricidad en este disco. El primer corte, ‘En tu voz’, empieza con suavidad: una guitarra, luego tu voz, luego un piano, pero luego coge fuerza eléctrica. ¿Por qué?
Mi esencia es esa. También hay pinceladas. Cuando empezó el rock aquí estaba la canción española, melódico. Camilo Sesto era Dios, y me encanta, tenía unas canciones estupendas. Todo eso va entrando. Me puede gustar Led Zeppelin y yo hacer rumbas. Los Rápidos éramos un grupo de rock, de punk. He ido investigando, he grabado un disco en Grecia, otro en Brasil, he trabajado con guitarras españolas. Es mi obligación acometer retos. Te puede gustar T-Rex y te puede gustar Antonio Molina y hacer ópera.

 

Es tu obligación porque tú lo quieres así: tú tienes que darles canciones, con evolución o haciendo lo mismo. Eres tú quien elige renovar los caminos, quien “se obliga”.
Sí, quizá la palabra obligar, tan taxativa, no conviene. No me obligo de una manera dolorosa. Yo busco caminos para avanzar. Este año hago este disco, ni este año ni este disco volverán a mi vida. Me gusta mirar paisajes nuevos, conocer gente. Voy progresando, no me quedo estancado. Ante una situación nueva tienes que echar mano de recursos que ni tú mismo sabes que tienes. Estás con el machete desbrozando selva virgen. Me gusta eso. ¿Qué al público no le gusta? Es un riesgo. Pero mi obligación es ser feliz yo. No egoístamente, buscando algo sugerente para todos, que pueda sorprender a los demás. Todos queremos que nos quieran. Raro es el que solo se admira a sí mismo.

 

Sin embargo, hay personas que creen que tienes un sello muy definido y siempre andas con los mismos patrones.
No estoy tan de acuerdo en esa idea, incluso mi forma de cantar ha ido cambiando. No el timbre de voz, te vas haciendo mayor y el aparataje se va deteriorando. Me refiero a la forma premeditada. Si oyes mis discos canto diferente, hago un esfuerzo por ir cambiando. Cambio de banda, de músicos… siempre estoy cambiando. ¿Mi forma de escribir? Hay unos temas centrales, unas pequeñas obsesiones: el paso del tiempo está siempre. Me gusta tanto la vida… es la necesidad de existir. Me gusta tanto haber cumplido el sueño de ser músico, y ser pintor, que no quiero que se acabe. El tiempo avanza y piensas que te queda menos para disfrutar de lo que te gusta. Son constantes a las que les voy dando capa de pintura, remozando. Si yo pienso que alguien se repite, no se lo digo, me lo guardo, no quiero hacer daño. Pero si alguien lo dice está intentando hacerte un poco de daño, porque está de mal humor o le ha sentado mal la fabada asturiana. Estoy en desacuerdo. Soy yo, pero cada disco es diferente.

 

En los discos sueles cambiar de estudio, de país y de músicos, y eso también genera un enfoque diferente. Este lo has grabado en Nueva York. ¿Por qué?
Me he ido al mismo estudio donde grabé el otro. Todas estas canciones están grabadas por mujeres, me ha apetecido trabajar con mujeres. Me lo he pasado muy bien, encantadoras, serias.

 

En el libreto hay fotografías de todos los músicos que han participado. ¿Les quieres dar más protagonismo?
Nunca repito el diseño del disco. En El Último de la Fila habíamos puesto alguna vez fotos de todo el equipo, con este disco me ha vuelto a apetecer. No me gusta mucho poner fotos mías, pongo una detrás. Salgo como Hitchcock, nunca en la portada. Es una declaración de principios: lo importante es la obra, no el autor. El autor: caspa, caries, halitosis, aerofagia… humano. Pero la obra…

 

La obra es inmortal.
Es inmortal, espiritual, puede llegar a alguien. He puesto las fotos porque doy valor al equipo. Yo hago las canciones y dirijo la orquesta, pero sin ellos sería otra cosa. Hace una semana que estoy ensayando para la gira, hace como un año que no ensayamos, y no falla: el primer día, les escucho y me emociono. Metemos un gol entre todos. A mí me da buen juego mi banda, porque está ahí, torera, trabajando para emocionar a la gente. Metes a la gente en una burbuja de ilusión sonora, de imágenes, de pensamientos. Pongo sus fotos porque es muy valiosa su tarea.

 

¿Y la grabación la has terminado aquí, en España?
No, la empecé aquí. Hay alguna canción del primer núcleo de Los Rápidos, que éramos Antonio Fidel, José Luis Pérez y yo, batería y cantante. Los tres acompañábamos a Sergio Makaroff. Hay una canción, ‘Ruedo rodaré’. Por otro lado he trabajado con músicos veteranos, Jordi Sabatés, Toti Soler y Carles Benavent. He hecho con ellos un par de canciones muy sencillas. El resto es con la banda de chicas americanas.

 

¿Y cómo se hace la traslación de esa banda norteamericana a la de aquí? Habrá cambios en el sonido.
Sí, pero yo soy el pegamento, dirigí aquella orquesta y esta. No va a sonar igual que en el disco, pero va a sonar dignísimo y vivo, no a versión. Lo noto en los ensayos. Confío en mi gente, toca muy bien, llevan toda la vida, como Ricardo (Marín). Mi gente se bate el cobre conmigo. Y hay que ir engolosinando, que vean cosas nuevas. Si el público sale diciendo: “Ha estado bien, pero es lo mismo de siempre”, ya puedes irte a la cola del paro. Yo no quiero irme al paro, pero no por el dinero, porque yo amo mi oficio. Aunque me ganase menos la vida querría seguir tocando. De hecho, todos nos la ganamos mucho menos con internet, pero yo toco gratis si hace falta. Si no toco me muero. Me gusta tocar, escribir canciones, que las chicas me den abrazos y me digan: “¡Manuel, cómo me ha molado este concierto!”.

 

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“Lo importante es la obra, no el autor. El autor: caspa, caries, halitosis, aerofagia… humano. Pero la obra es inmortal, espiritual, puede llegar a alguien”

 

¿Qué cosas concretas ha imprimido la grabación en Nueva York a estas canciones?
Las chicas me han dado dulzura, una naturalidad, muy suave. En las grabaciones hay momentos de tensión, grabar es algo muy poderoso, los egos, a veces hay mezquindades. Con ellas ha sido una balsa de aceite, sin conocerlas de nada y sin conocerse entre ellas. Yo como productor no impongo, no me pongo bravo, lo que les dije fue: “Sed felices. Estad tranquilas y tocad. Yo os pido esto, pero si lo tocas de otra manera no me voy a enfadar, al contrario, me parecerá bonito seguro”. No me voy a enfadar. El ego es una tontería. Han sido muy naturales, me aceptaron. Empezaron a disfrutar de la música, yo lo notaba. Al final es el secreto de la vida, estar contentos, no presionar a nadie. En el mundo actual nos presionamos unos a otros por dinero, por estatus, por ser el mejor. Y olvidamos que la vida se nos va en esa pelea tan cruenta, y lo mejor de nosotros queda atrás. En esa tensión salen cosas que parecen estupendas, pero si las abres están en fricción.

 

¿A ti te cuesta afrontar alguna etapa del oficio? La composición, la grabación, las giras…
No, yo solo sufro si al final del proceso me meten prisas, por cuestiones de la discográfica y el lanzamiento del disco. El proceso lo disfruto todo. Si doy con un músico que se pone tenso, rápidamente me retiro. Pero si no me gusta lo que has hecho, tengo mi derecho a no ponerlo. A mí no me gusta que me aprieten y yo no aprieto a nadie. Yo he visto cosas al rojo vivo, gente que pierde las formas, la educación. En la música también hay mucho machismo, el tío que quiere aprovechar la circunstancia del acercamiento físico. No avasalles a nadie, es un ser humano, no le comas el tarro. A veces en los grupos se establece un ránking de mandato, hay odios enconados. Yo sé todo eso, soy veterano de guerra, así que no avasallo a nadie.

 

Entre referentes españoles: Los Brincos, Los Módulos y Triana… ¿Hasta qué punto te han marcado?
Me han marcado un camino, han sido maestros para mí. Descubres un mundo de libertad, un mundo romántico. La época de los guateques. En el aeropuerto de México, un día me encontré al cantante de Los Módulos, Pepe Robles. Me fui para él como una bala. Le dije que si nos tomábamos un café, que yo era fan de Los Módulos. Majísimo, encantador. Tengo una deuda con ellos, soy admirador declarado. Mis preferidos nacionales han sido Triana, Módulos, Brincos, Asfalto, Topo… y en Cataluña me fascinó Sisa, el Gato Pérez. A mí me gusta Aerosmith y la rumba, soy muy ecléctico. Lone Star…

 

Vives al margen de algunos aspectos del siglo XXI. ¿Musicalmente también, o escuchas discos de ahora?
Claro, todo lo que me pueda aportar emoción, ensoñación, viaje, me interesa. Lo que no me interesa es el discurso de una gran mayoría de políticos, la manera de funcionar de una parte de la sociedad. Si viene a tocar a Barcelona Wilco voy, les he visto tres veces y me ha gustado. ¡Cómo no voy a ver a Dylan! Si Bunbury ha sacado un nuevo disco quiero oírlo. Lo que me dé vitalidad.

 

¿El último que te ha emocionado?
Zoé, un grandes éxitos. No le hago ascos a nada. Yo vivo a pie de calle. No quiero ejercer de nadie especial, no me gusta el halago. Yo hago mi concierto, si os ha gustado me aplaudís, por favor, si no os gusta me silbáis. Solo pido eso. Yo ejerzo de ciudadano normal y corriente, no me gusta ser famoso. Lo llevo bien, no me enfado con nadie, firmo autógrafos a mucha gente, pero si por mí fuera me gustaría ser una persona anónima: ahora soy Manolo García en el escenario, ahora nadie me conoce y voy al zapatero.

 

Y de paso, observar y buscar la siguiente canción.
Es curioso, dada mi profesión, que siempre me ha gustado más observar, pero me subo a un escenario y soy observado. Ese tiempo no me molesta, el resto del tiempo prefiero aprender de otros. Si hay un coloquio de un escritor, voy, me siento en la última fila y escucho. No aprendo nada cuando hablo, pero si te oigo a ti algo aprendo seguro. Por eso me gusta más escuchar.

Fuente: EFE EME – Texto: ARANCHA MORENO. Fotos: PATRICIA J. GARCINUÑO – ENLACE