«Poetas muertos», por José David Santos

En 1988 El último de la fila publicaba Como la cabeza al sombrero, un disco que he escuchado infinidad de veces, de cuyos temas me sé de memoria algunas letras, que me inspira siempre una especie de nostalgia bañada en melancolía y del que siempre creo que le debo cierto interés por las letras. Con catorce años era muy complicado que estrofas como “El tiro con fuego / negro de cuervo de tu mirada, / ha sido el relámpago que anuncia el trueno en la tempestad. / Fuiste mía anoche en sueños. / Me besabas con el ansia/ con que se besan unos labios nuevos” (A veces se enciende), no te despertaran, al menos, cierta curiosidad. Durante años ese disco ha sido un pequeño refugio cuando, el ser humano es así, uno necesita como sentirse solo y, hay que admitirlo, rememorar tiempos pasados. Todo lo que rodea a este inmenso trabajo de Manolo García y Quimi Portet rebosa cierta tristeza, al menos es lo que me transmite con letras como “Me siento tan solo, que no sé en qué dirección correr / como un pájaro raro, que llegó al festín de los monos” (La piedra redonda).

Esta mañana lo escuché una vez más porque, de nuevo, despertó en mí esa rara melancolía tras leer la noticia de la muerte de Robin Williams, un extraordinario actor, que, al parecer, se suicidó a los 63 años sumido en una profunda depresión. Hilé sin hilo canciones como En los árboles (“Espero siempre una respuesta / para sentirme querido como los niños chicos…”), con la famosa escena final de la película El club de los poetas muertos, el poema de Walt Whitman y aquel emocionante “Oh capitán, mi capitán”. Recuerdo que compré el vídeo de aquella película que con 15 años me impresionó tanto y con la que lloraba siempre -como si fuera un exorcismo de ese periodo tan complejo de la adolescencia- con la despedida que sus alumnos, subidos sobre los pupitres, brindaban al profesor John Keating interpretado por Williams. Todos los que pillaron ese filme en una edad similar a buen seguro que han querido abrazar el carpe diem, han buscado un profesor que te despertara esas emociones o se han agarrado a algo -el particular poema de Whitman de cada uno- para creer que podíamos cambiar el mundo. En estos días querré ver de nuevo El club de los poetas muertos y seguiré escuchando un tiempo canciones como Llanto de pasión (“Agua de lluvia, agua de días que vendrán…/ Me desperté sin ti. No volverás jamás”).

Fuente: Diario de Avisos – ENLACE – De José David Santos